viernes, 21 de septiembre de 2012

¿Qué educación para qué ciudadanía?


Hubo un tiempo (no sé si lo recuerdan) en el que las cosas se sometían a debate.  Se hablaba de la introducción de una materia denominada “Educación para la Ciudadanía” y Ana Gaitero me hizo una entrevista sobre la cuestión para publicarla en el Diario de León (6 de Abril de 2008).  Esto es lo que salió de aquello.


  • Francisco Flecha, profesor de Filosofía de la Educación de la Universidad de León, ve la implantación de la Educación para la Ciudadanía, o educación para la «vida y la convivencia», como prefiere llamarla, como una oportunidad inmejorable para dar pasos hacia la soñada aspiración  de conseguir  una escuela comprometida con la práctica de la ciudadanía, entendiendo por tal la participación real y efectiva en la búsqueda de soluciones a las necesidades de las personas en un clima de convivencia solidaria y tolerante.

Flecha actuó como Consultor de la Unesco ante el Gobierno de Mozambique para orientar a los profesionales del Instituto Nacional de Desarrollo de la Educación de aquel país en las posibilidades y metodología para la implantación de  la Educación para la Ciudadanía.

Recientemente ha participado en las jornadas de la FELAMPA (Federación Leonesa de Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos/as) “Sierra-Pambley” para contribuir  al debate sobre esta misma materia.



P. Cuál es el fin último de la Educación para la Ciudadanía o la Convivencia, como prefiere llamarla?

R.  Prefiero llamarla “Educación para la Vida y la Convivencia” porque la denominación de “Educación para la Ciudadanía “se presta más a ser interpretada  (por sus adversarios, por supuesto) como materia para adoctrinar. Me da la impresión de que esta materia, según esta planteada, tiende mucho a aspectos formales (explica la estructura del Estado: cómo funciona la Justicia, el Ayuntamiento...) y eso, que es importante, porque hay que saber cuáles son las reglas del juego, lógicamente, no lo es todo. Lo más importante debería ser que se tratase de una educación que pretendiese la resolución no violenta de los conflictos, a todos los niveles: interpersonal, de convivencia ciudadana e internacional. Se trataría, según mi opinión, de entender que los conflictos no se solucionan con violencia, sino buscando soluciones racionales y no violentas.

P. ¿Puede esto significar  un cambio en el modelo de escuela?

Quienes estamos en este oficio tenemos la obligación de hacer propuestas utópicas, porque para hacer recetas ya están otros. Personalmente, estaría muy interesado en que no se trate de la implantación de una nueva asignatura, sino de un cambio total en la metodología y organización de la propia institución escolar, con una organización coherente con lo se dice en clase, con mayor participación de todos los miembros de la comunidad educativa en la organización interna y un mayor compromiso en el análisis de los problemas y en la propuesta de soluciones que mejoren la convivencia dentro y fuera de la escuela. No consiste sólo en mostrar a los alumnos el juego de la participación. Sino en hacerla real. Comprendo que esto es difícil de realizar, como todas las utopías; pero, como la línea del horizonte, las utopías nos sirven para saber hacia dónde ir.

P. ¿Y quién debería impartir esta asignatura?

Me gustaría distinguir claramente entre la tarea de educar en la ciudadanía o en la convivencia y la adjudicación de una asignatura concreta a un determinado profesor.  La tarea de educar en la convivencia tiene que ser un compromiso explícitamente asumido por todos los miembros de la comunidad (educativa y social). La asignatura, en concreto, deben impartirla personas que crean en ella y estén comprometidas. No es adoctrinamiento, pero tiene que haber una convicción por parte de quien la imparte. El adoctrinamiento no tiene que ver con la firmeza en las propias convicciones, sino con la manera de imponerlas a otros  Toda educación en valores debe partir de un reconocimiento y un compromiso personalmente asumido. Si se obliga, a golpe de Boletín, que sean los profesores de sociales, de Filosofía, etc,  no servirá de nada.

P. ¿Se necesita formación para impartirla? –

R. Sí. No se puede pedir a la gente heroísmos, sobre todo cuando se pretende, como debería ser, que se produzca un cambio metodológico que transfigure totalmente la vida de la escuela. No debería tratarse de una nueva materia, sino de una nueva orientación. No es seguir un manual y mandar ejercicios para el cuaderno.  O no debería serlo.

P.El punto de partida no ha sido muy pacífico...

R. El punto de partida es que vivimos en una sociedad multiétnica, multirracial... que está muy expuesta, mediáticamente, a problemas de absoluta violencia e irracionalidad: palizas grabadas en móviles, pederastia, violencia hacia la mujer, xenofobia...  Ante esta situación, la gente dice que se están perdiendo los valores.  En esto parece existir un cierto acuerdo (aunque si entraramos en detalles tal vez cada uno, o cada grupo, pensaría en valores distintos). Se dice que antes «todos» participaban de los mismos valores, creyeran o no en ellos: En un pueblo del Páramo, por poner un ejemplo, el control social hacía que las conductas de todos los individuos estuvieran más o menos controladas y fueran más o menos esperables. Esas vinculaciones normativas se han perdido y hay que descubrir nuevos valores que marquen la raya. Pero no “rayas” impuestas sino  descubiertas y asumidas como útiles para solucionar problemas que a todos nos afectan.  Pero hablar de nuevos valores es peligroso, porque existe la conciencia de que los valores son impuestos por la autoridad y muchas veces son irracionales. Por eso defiendo que sería más útil partir de las necesidades (que es en lo que estamos todos de acuerdo) que partir de los valores.  Y, si vas a ver, las necesidades básicas son fácilmente compartidas por todos (quiero vivir bien, sano y feliz; quiero que alguien me quiera y tener alguien a quien querer; quiero saber a qué atenerme y quiero, por fin que me dejen elegir mi camino respetando mis circunstancias culturales, raciales, sexuales…) y como esto sólo lo puedo conseguir en compañía e interacción con otros, tendremos que ponermos de acuerdo con los demás para organizar una convivencia tolerante y no violenta.  Como se ve, se trataría de una moral de grado cero en la que cabe cualquier ideología política o religiosa.

P. ¿Es legítima la objeción de conciencia y la oposición a que se implante esta materia?

R. La discrepancia es un buen punto de partida para esta educación. No hay nada más educativo que los conflictos.  El problema no está en los conflictos, sino en la forma de resolverlos. Algo muy diferente es la posición de enfrentamiento irracional. Los que se oponen, según parece, no es que no estén de acuerdo, donde siempre es posible la negociación; es que están en contra, lo que supone ver al otro como adversario. Y ¿quién se opone? Pues precisamente quienes se han pasado toda la historia adoctrinando. El problema es que temen que se les quite el monopolio del adiestramiento.

P. Profesionales por la Ética dice que suprimir del currículo de Castilla y León «feminización de la pobreza» u «homofobia» es desideologizar la asignatura. ¿Qué opina?

R. No sé donde está la ideología en hablar de que en nuestras sociedades las mujeres están en inferioridad de condiciones. La que me parece es ideológica es la otra posición: el predominio casi exclusivo de los hombres en la toma de decisiones, en el reparto de tareas es tan ideológico y está tan interiorizado que no hace falta proclamarlo. El no va más de una ideología es que se interiorice de tal manera que el propio sujeto se constituya en su guardián.

P. ¿Cómo debe impartirse?

R. Soy partidario de de implante como una asignatura independiente, pero no de que sea evaluable. No se trata tanto de alcanzar conocimientos de los que se deba uno examinar, sino de cambio de actitudes y de práctica real de una convivencia más tolerante dentro y fuera del marco escolar.

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