miércoles, 24 de octubre de 2012

Las Escuelas de Primeras Letras en el pensamiento y la práctica de los Ilustrados Españoles




  Francisco Flecha Andrés

1. SITUACIÓN ANTERIOR

            Como en tantas otras ocasiones, cuando se habla de la situación de la enseñanza primaria en los comienzos del siglo XVIII, se suele acudir a simplificaciones globalizadoras que no son del todo exactas o, al menos, necesitan algunas precisiones para ser comprendidas en su verdadera dimensión.

            Un ejemplo significativo de tal planteamiento sería la escueta y terminante afirmación de Sarrailh, que despacha la cuestión en dos líneas:

     "ya sabemos lo que eran las escuela de primeras letras: su escasez, la mediocridad de sus maestros ignorantes y hambrientos. Era imposible que el poder central encontrara un apoyo en esa corporación de pobres diablos, cofrades de San Casiano, y no funcionarios"  (Sarrailh, 1979, 194)

            Muchísimo más matizada es, sin duda, la interpretación de Aguilar Piñal, que aunque reconoce que los defectos de la enseñanza primaria estaban motivados por dos tipos de causas: la escasa calidad de los maestros y los métodos de enseñanza y el desinterés, por parte de los poderes públicos, hacia tal nivel de enseñanza "considerada tradicionalmente como una actividad privada, vinculada por razones históricas a las instituciones eclesiásticas" [1],  sin embargo, más adelante, las matizaciones del mismo autor nos permiten decir que difícilmente se puede hablar de una incompetencia generalizada sino más bien, de una situación incontrolada con notables diferencias de calidad según el tipo de profesor (religioso, agremiado o particular) y el lugar (la Corte, los grandes municipios o las pequeñas aldeas).

            De todas formas, y siguiendo el mismo esquema de Aguilar Piñal, analizaremos, por separado el profesorado y los métodos empleados.


a. El profesorado.
            Si, como hemos dicho anteriormente, la característica fundamental del periodo es la notable diferencia de capacitación, de salario y de consideración social entre los distintos lugares y tipos de profesorado, habría que diferenciar entre tales tipos de profesorado y los lugares en que ejercían el ministerio. Siguiendo al misma división de Aguilar Piñal podríamos distinguir entre el profesorado perteneciente a las diferentes órdenes religiosas, los maestros laicos pertenecientes al gremio de san Casiano y los que ejercían libremente la profesión.

            Si nos referimos al profesorado perteneciente a las diferentes órdenes religiosas parece  difícil que, aún en este caso, pudiera generalizarse. Existirían serias diferencias entre las órdenes tradicionalmente dedicadas a la enseñanza (Escolapios o Jesuitas) y el resto  de la órdenes (Aguilar Piñal, 1987, 449) e incluso dentro de las mismas órdenes, la preparación intelectual y la competencia de los maestros podía ser distinta según la importancia y dotación económica de la escuela.  En aquellos casos en que la escuela de primeras letras estaba adscrita a Escuelas de Gramática o Latinidad, solían estar regidas por algún religioso componente. Sin embargo, las escuelas de primeras letras en los pequeños conventos rurales y mantenidas como forma de subsistencia o de apostolado por unos religiosos escasamente preparados producían, sin duda, una penosa sensación. Podemos recurrir al testimonio de Jovellanos quien, visitando la villa de Cifuentes el 29 de Agosto de 1798, recién abandonado el Ministerio, desde el balneario de Trillos, nos informa que en dicha villa "capital del condado de este nombre", dotada de médico "ya arraigado allí y cosechero de vino", con un párroco "con 1000 ducados y seis beneficios servidos con 300", un convento de Franciscanos "de veintiocho frailes", un convento de Dominicos, existe una escuela de primeras letras servidas por las monjas franciscanas. Con la concisa precisión de Jovellanos, se dice de ella:

     "A las monjas franciscanas, sujetas a los frailes, con una casa de educandas. Todo de patronato absoluto del conde de Cifuentes, y, según dicen, bien dotado; pero la educación, ninguna; la rigen por turno las monjas, algunas de las cuales ni saben escribir"  (Jovellanos, BAE LXXXVI, 21)[2].

            En cuanto a los maestros de la Hermandad de san Casiano podría decirse que eran los únicos que tenían justificado algún tipo de capacitación profesional.  A pesar de las críticas recibidas, sobre todo por la historiografía posterior, en la que no está ausente el deseo de sus sucesores, los maestros normalistas, de defender su propia capacitación profesional criticando a sus antecesores,  habrá  la aportación tal gremio de maestros antiguos.

            La Hermandad de San Casiano, por concesión del Consejo de Castilla, tenía la facultad exclusiva, desde mediados del siglo XVII, de expedir los títulos de maestros, exigidos como requisito imprescindible para abrir escuela en la Corte. Para conseguir tal licencia debería demostrarse la pureza de sangre [3]( y tres años de aprendizaje con un maestro titulado. De todas formas, tal Hermandad circunscribía su actividad, prioritariamente, a la defensa de los privilegios y exenciones concedidos por los reyes anteriores y, por otra parte, sus mismas ordenanzas permitían que en los pequeños pueblos pudieran abrir escuela "cualquiera que esté medianamente instruido" (Aguilar Piñal, 1987, 440), con lo que se abrían las puertas a esa tercera clase de maestros que, con frecuencia, se consideran los más representativos (o los únicos) y a los que siguiendo a Aguilar Piñal, hemos clasificado en este tercer grupo de los que ejercían libremente la profesión. También en este tercer grupo existen notables diferencias entre los preceptores o ayos con los que la nobleza educaba a sus hijos y esos otros "pobres diablos" dispersos por el campo, que se ganaban a duras penas la vida.

            En estos pequeños pueblos podría resultar apropiada la afirmación de Domínguez Ortiz cuando dice que "solía ser el sacristán quien ejerciera de maestro de primeras letras, o cualquiera sin estudios ni título alguno que adoptaba como expediente provisional o definitivo este modus vivendi a falta de otro mejor (Domínguez Ortiz, 1981, 173). Esta afirmación ha sido corroborada por Carmen Labrador quien, al analizar la aparición de los maestros en primeras letras en el Castastro de Ensenada (aunque su estudio se circunscriba a diez pueblos de la provincia de Guadalajara), nos ofrece una muestra significativa de tal situación: de los diez pueblos estudiados, ocho cuentan con un maestro que es, a la vez, sacristán y, en algunos casos, además de estos oficios, es labrador, "fiel de fechos" o, como en el pueblo de Gualda, está encargado de "corregir el reloj" para alcanzar, por todos estos conceptos, un salario notablemente inferior al resto de las profesiones liberales [4](.

            b. Los métodos.
            Si la preparación técnica de los maestros deja mucho que desear, hasta el punto de que parece perfectamente defendible la afirmación de Gonzalo Anes de que "la enseñanza primaria estaba a cargo de maestros de formación muy deficiente" (Anes, 1976, 453), no resulta menos calamitoso el método empleado: El aprendizaje de la lectura "a base de palmetazos" (Aguilar Piñal, 1987, 444), en silabarios pegados en tablillas o en laminillas de bronce [5] era continuado por la lectura en voz alta de romances, comedias y pliegos de cordel [6]. El aprendizaje de la escritura, en el que tradicionalmente se ponía un gran esmero  consistía en la copia de los modelos de letras que los mismos maestros proponían. Y todo este aprendizaje elemental se completaba, por último, con el aprendizaje y recitado "en tono bajo" de las principales oraciones[7].


2. REFORMAS ILUSTRADAS
            Conscientes los pensadores ilustrados de la importancia de la educación como base en la que deban apoyarse las transformaciones sociales, la felicidad individual y la prosperidad pública, como hemos repetido ya tantas veces, emprenden con entusiasmo la transformación total de la instrucción pública en todos los niveles, sin olvidarse en modo alguno de la instrucción primaria. Tal transformación parece exigir, para ellos, un nuevo planteamiento político que conlleve una profunda reflexión sobre los destinatarios, objetivos, profesorado y método a emplear. Pasemos revista brevemente a todos estos apartados tomando como referencia paradigmática la segunda carta de Cabarrús, ya citada en otras ocasiones (Cabarrús, BAE LXII, 567-575).

            1. Responsabilidad estatal de la enseñanza primaria.  El nuevo planteamiento político parte de la obligación fundamental del Estado de lograr la felicidad de sus súbditos y del reconocimiento de que la instrucción pública es el primer y más eficaz de los medios para conseguirlo. El Estado, pues, parece obligado a dirigir, promover y controlar la educación primaria, como medio original y primario para formar buenos y útiles ciudadanos. Y todo ello, desde el radical convencimiento de que este nivel educativo es aquel al que todo individuo tiene derecho como hombre y como ciudadano (Cabarrús, BAE LXII, 568).

            Resulta difícil determinar cual era la situación de partida sobre la que comienzan a actuar los planes de reforma ilustrados.  No podría establecerse un mapa de la distribución de las escuelas de Primera Letras en las distintas regiones de España.  A lo máximo que podemos aspirar es a  hacer referencia a las personas o instituciones que, normalmente se ocupaban de la fundación, apertura, sostenimiento o cuidado de tales escuelas.  Las diferencias básicas  se encuentran entre las escuelas de titularidad laica y las de titularidad religiosa e, incluso, podría hacerse una distinción según que éstas  estuvieran ubicadas en Madrid, en una población importante o en algún pueblo pequeño.

            Entre las escuelas de titularidad religiosa podrían contarse las que estaban regentadas por alguna de las órdenes religiosas como medio de subsistencia de los conventos dispersos por los pueblos o bien por encargo de alguna fundación.  Estas fundaciones, que solían obedecer al legado de algún benefactor que dejaba una parte de su herencia para atender las necesidades de beneficencia o de educación de su pueblo natal, se  concretaban frecuentemente en la apertura de una escuela de primeras letras atendida por algún eclesiástico o maestro civil.  Por todo ello, las fundaciones, que alcanzaron una notable difusión a lo largo del siglo XVIII, tuvieron una mayor presencia en los pueblos que en las ciudades, ya que los benefactores estaban más dispuestos a hacer donaciones a las pequeñas aldeas, donde no  tenían que disputar el protagonismo con otros benefactores.  Entre todas las órdenes religiosas, la que logró un mayor prestigio en las tareas educativas fue la de los Escolapios, que llegaron a España a finales del siglo XVII y que, a través de contratos con los distintos ayuntamientos, se comprometían a dar clases gratuitas a los niños necesitados a cambio de su propia subsistencia.  Fue tal y tan rápido el crecimiento y difusión de estas escuelas que, enseguida, fueron observadas con cierto recelo por los maestros agremiados, que vieron en ellos unos serios competidores, responsables de la disminución del número de sus propias matrículas.  El clero secular mantenía también algunas escuelas gratuitas con cargo a rentas eclesiásticas, a mitras arzobispales vacantes o a fundaciones.

            Las escuelas  abiertas o fundadas por la iniciativa civil se englobaban en las fundadas por iniciativa municipal, las de las Diputaciones de Caridad, las de las Sociedades Económicas, las de las Juntas de Comercio y las que se mantenían en los Hospicios, las escuelas de maestros agremiados y las que abrían libremente individuos particulares (antiguos estudiantes de conventos, seminarios o  escuelas de latinidad) en las villas o capitales de provincia.

             El largo proceso a través del que la enseñanza pasa de ser una tarea casi exclusivamente eclesial, ligada a las tareas de catequización y evangelización a ser un servicio público en manos del estado y bajo su responsabilidad y tutela pasa por el desarrollo y auge de la Hermandad de San Casiano, tan frecuentemente denostada, por la constitución y desarrollo de las Juntas de Caridad y, finalmente por la creación de las llamadas Escuelas Reales, surgidas a partir de aquellas Escuelas de la Real Comitiva y del  movimiento de San Ildefonso que tales escuelas generaron.

            El 30 de Marzo de 1778 se constituyeron en Madrid la Real Junta General de Caridad y las Diputaciones de Barrio y Parroquia.  Tales diputaciones estaban constituidas por el alcalde del barrio, un sacerdote y tres vecinos y tenían por objeto socorrer a los jornaleros desocupados y enfermos.  Para cumplir tales objetivos parece imprescindible atender al conocimiento pormenorizado de todas las familias del barrio para conocer en detalle las necesidades económicas y educativas sobre todo de los niños y niñas para "evitar que mendiguen", movidos por la necesidad o el abandono.  Conocidas tales necesidades y la escasez de las escuelas gratuitas en Madrid, las Diputaciones decidieron abrir escuelas que atendieran.  El 1 de abril de 1780 se abrió la primera de estas escuelas de niñas.  A esta le sucedieron otras muchas hasta el punto de que tres años más tarde ya se habían establecido en Madrid 32 nuevas escuelas para niñas y, ante el éxito alcanzado, pareció conveniente al Consejo de Castilla establecer un "Reglamento para el establecimiento de escuelas gratuitas en los barrios de Madrid" por el que no solamente se detallaban los objetivos, métodos, actividades y exigencias organizativas y pedagógicas, sino que se animaba a la apertura de escuelas del mismo estilo en otras ciudades y villas populosas del reino.

            El paso decisivo para la iniciativa gubernativa en la creación de escuelas habrá que ponerlo en la creación de la "Escuela de la Real Comitiva".  Tal escuela estaba destinada a la atención de los hijos de los criados que debían acompañar a la familia real en sus desplazamientos estacionales entre los distintos palacios (San Ildefonso, El Escorial, Aranjuez, El Pardo y Madrid).

            Gracias a la reflexión metodológica y al prestigio que adquirió esta escuela, y para difundir esta nueva línea metodológica, se creó en 1789 la "Escuela de San Isidro" de Madrid, que se presenta como una verdadera escuela modelo en la implantación de un método y en la formación de maestros.

            En 1791, se abrieron otras ocho Escuelas Reales, distribuidas en cada uno de los ocho cuarteles en que se dividía Madrid.  Se trataba de escuelas gratuitas que recibían alumnos pobres de las Diputaciones de Caridad y que se caracterizaban por seguir el  método de las escuelas anteriores y por su intención de actuar como modelos para todas las escuelas del Reino y que estaban supervisadas por Juan Rubio, director de la Escuela de la Real Comitiva de San Ildefonso y visitador de tales escuelas.


            2. Los destinatarios. Con frecuencia se ha insistido en la idea de que la Ilustración proponía la universalización de la enseñanza primaria. Y se ha defendido que, desde esta nueva perspectiva política, resulta indiscutible que esta instrucción primaria debería ser dirigida a todos los ciudadanos, sin excepción, de cualquier clase y condición (Cabarrús, BAE LXII, 570). Tal afirmación que parece tan evidente en nuestros días no lo era tanto en esta época que supone el paso del interés por la educación de la nobleza a la educación del pueblo.

            De cualquier modo, esta enseñanza primaria es considerada más que como valor en sí misma, como un recurso benéfico, de control, dirigido al fomento de la virtud ciudadana y como mecanismo para evitar la mendicidad y la profusión de vagos y pícaros en las calles.

            Las llamadas "escuelas patrióticas", nacidas, muchas veces por impulso de las Juntas de Caridad, pretendían recoger a los niños de la Corte que vivían prácticamente abandonados, dedicados a la mendicidad y el pillaje.

            La afirmación programática de la Ilustración de extender los bienes de la educación primaria a todos los ciudadanos debería entenderse , más bien, como esa tarea de "policía" y beneficencia dirigida a la prevención de la  delincuencia entre las clases populares, ya que los hijos de los nobles o de la burguesía emergente eran educados en sus propias casas bajo la tutela de algún preceptor particular.

            Tal es el sentido de la Real Cédula de 12 de Julio de  1781 que, con frecuencia, ha sido considerada como la primera disposición normativa para implantar la obligatoriedad de la enseñanza primaria en España.  Sin embargo, tal disposición se parece más  a una norma de orden público que de educación.  En ella se encomienda a las justicias que "amonesten a los padres y cuiden de que éstos, si fueran pudientes, recojan a sus hijos e hijas vagos, les den la educación conveniente, aprendiendo oficio, o destino útil, colocándolos con amo o maestro".  Tales responsabilidades, di rectamente familiares, deberán ser asumidas por los poderes públicos cuando se demuestre que los padres no están en situación de cumplir con ellas.  Así se establece que "cuando fueran huérfanos estos niños y niñas vagantes, tullidos, ancianos o miserables, vagos o viciosos los mismos padres, tomen los magistrados políticos las veces de aquellos, y supliendo su imposibilidad, negligencia o desidia, reciban en sí tales cuidados de colocar con amos o maestros a los niños y niñas, mancomunando en esta obligación no sólo a las justicias, sino también a los Regidores, Jurados, Diputados y Síndicos del Común"

            De cualquier modo, dicho todo esto y para no mantener por más tiempo esas generalizaciones sobre la importancia concedida por la Ilustración a la enseñanza primaria deberá decirse que no convendría identificar demasiado las preocupaciones, intenciones y objetivos de la minoría con las del poder central.  Resulta exagerado insinuar que los ilustrados eran los portavoces públicos de la política defendida por el poder central, o que el poder central era el principal promotor de las reformas, como parece querer decir la cita de Sarrailh colocada al principio de esta exposición: "era imposible que el poder central encontrara un apoyo en esta corporación de pobres diablos".  Tal interpretación sería desmentida por los frecuentes problemas, persecuciones y cárceles que  padecieron algunos de aquellos pensadores ilustrados.

            En segundo lugar, habría que decir que el interés por la enseñanza primaria, tanto por parte de las autoridades políticas como de los mismos ilustrados fue siempre más teórica que real (si exceptuamos, quizás, el ejemplo de Jovellanos).

            El impulso práctico de los  poderes políticos no parece haber sido tan decisivo si tenemos en cuenta que, a pesar de las proclamaciones de la necesidad de extender la enseñanza de las primeras letras a todos los ciudadanos, en 1787, según el Censo de Floridablanca, en una población de 2.926.229 hombres solteros y 2.703.224 mujeres solteras, el número de colegios y estudiantes era el siguiente (27):

COLEGIO DE NIÑOS
COLEGIO DE NIÑAS
Estudiantes
Artesanos
Nobles
Pobres
casas
niños
casas
niños
casas
niñas
casas
niñas

160
3793
10
637
25
642
18
656


            Los mismos ilustrados encontraban en sí mismos aquella contradicción interna que les hacía proclamar la necesidad de educar al pueblo, pero sin que tal educación les sirviese para animarles a ascender en la carrera de estudios y cargos, abandonando con ello la dedicación al trabajo agrícola o artesanal.  Por ello, a pesar de todo, se considera que la enseñanza de primeras letras deberá tener un componente más moralizante que de contenido intelectual                  

            3. Los objetivos. Resulta claro a los ojos de los ilustrados que los objetivos que debe proponerse la instrucción primaria, destinada a la perfección del hombre y del ciudadano, deben suponer el desarrollo de todas las facultades específicamente humanas (físicas, mentales y morales).

            Las facultades físicas deben ser perfeccionadas, sobre todo en aquellas actividades de la vida ordinaria, siguiendo el ejemplo de "la educación de los antiguos", entre quienes "el paseo, la carrera, la lucha y el nadar, al tiempo que fortalecían el cuerpo de los niños, y aumentaban su actividad, les daban ideas exactas de las distancias, de las dimensiones, de los pesos, de los fluidos, les acostumbraban a la agilidad y a la limpieza" (Cabarrús, BAE LXII, 570-571).

            Los aspectos intelectuales que deben ser desarrollados en esta enseñanza primaria hacen referencia, sobre todo, a las ciencias esenciales para la comunicación humana: la lectura, la escritura, las operaciones aritméticas fundamentales "y los primeros elementos de la geometría práctica" (Cabarrús, BAE LXII, 570).

            Los aspectos morales adquieren una notable importancia ya que, como se ha dicho más arriba, estas cualidades morales, socialmente reconocidas, eran un requisito indispensable para ejercer la profesión de maestro[8]. Esta enseñanza debería estar basada, para Cabarrús, en la explicación de un "catecismo político" en el que aparecieran de forma clara y adaptada a la edad cuestiones tan fundamentales como la constitución del estado, los derechos y deberes ciudadanos, la obligatoriedad y conveniencia de las leyes, etc. Según la provisión de Carlos III de 1771, tal enseñanza debería estar basada en el catecismo que elija el obispo de la diócesis y el Compendio Histórico de la Religión de Pinton, el Catecismo Histórico de Fleury [9] y alguna Historia Nacional propuesta por los corregidores de la cabeza de partido.

            De todas formas, no debe ocultarse que tales objetivos y contenidos son notablemente distintos cuando se trata de escuelas de niños y de escuelas de niñas. Esta educación física e intelectual parece pensada para los niños, mientras que para las niñas se les reserva una enseñanza orientada hacia la doctrina cristiana y las labores: es significativo que en la provisión de 1771, citada más arriba, cuando se establecen los requisitos que deben cumplir los maestros de niños para alcanzar la necesaria licencia se encuentran el haber superado un examen de doctrina cristiana, un informe sobre vida, costumbres y limpieza de sangre y un examen "sobre la pericia de leer, escribir y contar" mientras que, en el caso de las maestras, es suficiente el informe de vida y costumbres y el examen de doctrina, sin que se mencione en absoluto ninguna prueba sobre la pericia  de leer, escribir o contar, al modo que se establece para los maestros de niños.

            Más clara es la ley de 11 de Mayo de 1783 para regular el establecimiento de escuelas gratuitas para niñas. Para que no quepa lugar a dudas, en el art. 1.1., se establece:


     "El fin y objeto principal de este establecimiento es fomentar con transcendencia a todo el Reino la buena educación de las jóvenes en los rudimentos de la Fe Católica, en las reglas del bien obrar, en el ejercicio de las virtudes, en el manejo de sus casas, y en las labores que las corresponden"[10].


            4. El profesorado. En cuanto al profesorado parece que las grandes preocupaciones de los Ilustrados iban en el sentido de lograr la secularización de la educación, pero, por encima de esto, que se manifiesta con cierto radicalismo sólo en algunos autores,  el mayor número de reformas y de actuaciones se dirigen  a las cuestiones relativas a la selección, formación e inspección de tales maestros. También en este punto es clara e ilustrativa la posición de Cabarrús quien, al preguntarse en la carta que venimos comentando, dónde podrán encontrarse los maestros necesarios, no duda en responder: "En todas partes donde haya un hombre sensato, honrado y que tenga humanidad y patriotismo", excluyendo de tal ministerio "todo cuerpo y todo instituto religioso" (Cabarrús, BAE LXII, 571).

            Entre las condiciones requeridas para ejercer el oficio de maestro se mantiene el informe sobre la pureza de la sangre y las buenas costumbres, el conocimiento de la doctrina cristiana y el dominio de la lectura, la escritura y el cálculo elemental para los maestros, frente al conocimiento de la doctrina cristiana y, como máximo, el dominio de ciertas labores, para las maestras.

            La demostración de tales capacidades  ante la comisión correspondiente era requisito suficiente para abrir escuela en algún pueblo o ciudad de provincia.  En la Corte, la selección del profesorado y la licencia para abrir escuela correspondía, al menos estatutariamente, a la Hermandad de San Casiano, que tenía no solamente la responsabilidad de examinar a los aspirantes, sino que establecía que, cualquier aspirante a abrir escuela debería pasar tres años bajo la tutela de un maestro agremiado en situación de leccionista.

            Posteriormente, con la aparición de las Juntas de Caridad, el Colegio Académico, las escuelas de San Ildefonso y la Academia de Primera Educación se rompió esa cierta exclusividad en la selección y formación de los maestros.

            Al aumentar las rivalidades comenzó a sentirse la necesidad de establecer un plan conjunto.  No parecía una empresa fácil, ya que tenía que luchar contra privilegios y suspicacias asentadas desde antiguo.  Así se explica que la Junta Superior de Enseñanza, creada en 1797 con el encargo de realizar dicho plan, tardó seis años en presentar un primer esbozo que no llegó a prosperar.  Ante tantas rivalidades y dificultades de lograr un acuerdo, el gobierno declaró la libertad para abrir escuelas y retiró al Colegio Académico el derecho exclusivo de examinar a los nuevos maestros, creando, para tal cometido, una Junta de exámenes compuesta por el Visitador General de las Escuelas Reales, un padre de las Escuelas Pías, dos miembros del Colegio Académico y un secretario sin voto, que lo sería el de la Junta General de Caridad, presididos todos ellos por el Presidente de la Junta General de Caridad (Ruiz Berrio, 1962: 29-40).

            Siguiendo con esta política de control estatal, el gobierno ordenó, en abril de 1806, que se constituyeran Juntas en todas las capitales del país para examinar a todos los maestros que decidieran abrir escuela en la provincia.  Estas Juntas estaban compuestas por los gobernadores o corregidores y dos maestros, actuando como secretario el escribano del ayuntamiento, si así lo deseaba el presidente

            Sin embargo, las preocupaciones  de la época  no se ciñen solamente a la selección de los maestros, sino que se concede también una notable importancia al problema de la inspección y control, para asegurar la pureza del método y de las enseñanzas.  La primera realización de este tipo se llevó a cabo en 1791, cuando las Juntas de Caridad crearon el puesto de Celador General para todas las Escuelas de Caridad que tenía abiertas la Junta.  El primer inspector fue Ramón Carlos Rodríguez, que llegó a ser Censor de las Escuelas Reales y de Caridad de Madrid y recibió el encargo de elaborar una especie de Reglamento para atender a dicha tarea inspectora



            5. Los métodos. Por último, la transformación ilustrada de la educación primaria pasa por la renovación de los métodos. Tal renovación metodológica parece exigir el intento de descargar la memoria de repeticiones mecánicas y difícilmente comprendidas, el desarrollo de la observación y, en general, de todas las capacidades y la creación de un nuevo clima escolar que recupere el placer de aprender y elimine la práctica de los castigos corporales (Cabarrús, BAE LXII, 570).

            En esta tarea de búsqueda y experimentación metodológica habría que reivindicar la actividad de la Hermandad de san Casiano, tan frecuentemente criticada como representante de los antiguos gremios y a la que se ha supuesto preocupada exclusivamente por la defensa de viejos privilegios.

            Influidos, posiblemente, como ha hecho notar Pereyra  (Pereyra, 1988: 195-197), por la interpretación, ciertamente interesada, que se generalizó en España a partir de la profesionalización de la Pedagogía con la creación de las Escuelas Normales, hemos aceptado sin someter tales afirmaciones a ningún contraste crítico, que aquellos maestros antiguos, pertenecientes a la Hermandad de san Casiano eran unos pobres diablos preocupados exclusivamente por el mantenimiento de sus escasos privilegios gremiales y sin conceder la más mínima atención a los aspectos teóricos o prácticos de la profesión.  Frente a tal interpretación, Pereyra reivindica la aportación metodológica y renovadora de la Hermandad  a través, sobre todo del Colegio Académico.

            En 1774, los maestros agremiados en la Hermandad de san Casiano solicitaron y obtuvieron la autorización pertinente para la transformación de la Hermandad en una nueva organización que paso a llamarse el Colegio Académico de Primeras Letras.  Los miembros de pleno derecho de tal organización eran los 24 maestros que, en aquel momento tenían abierta escuela en Madrid y los 24 alumnos que practicaban como leccionistas bajo su tutela y a los que, por tal motivo, se les permitía impartir clases a domicilio

            Esta nueva organización surgía con dos objetivos fundamentales: el mantenimiento de los viejos privilegios gremiales en lo referente a mantener el monopolio en la concesión de licencias para ejercer la profesión (nadie podría abrir escuela en Madrid sin estar examinado por el Colegio Académico) y contribuir a la elaboración de un método pedagógico común que pudiera elevar el nivel de calidad de la enseñanza de las primeras letras.

            Para cumplir este último objetivo,  el Colegio determinó crear una Academia Pública recogiendo uno de los recursos educativos fundamentales de la Ratio Studiorum jesuítica, en  la que maestros y leccionistas, reunidos todos los jueves por la tarde, debatirían  cuestiones teórico-prácticas relativas a alguna de las ramas, contenidos o métodos de la educación.

            La obligación fundamental a la que se sometía estatutariamente el Colegio Académico era el de celebrar "continuos ejercicios para mayor instrucción y adelantamiento" de los maestros.  Para cumplir con tal obligación se dispuso que, a partir del curso 1783-84 se cerrasen las escuelas los jueves por la tarde para que los maestros participasen (de dos a cinco de la tarde, en horario de invierno; y de cuatro a siete, en horario de verano) en las Academias, en las que 

"cada Académico Profesor tendrá a su cargo, en calidad de Catedrático, un ejercicio por su antigüedad, y turno; y como sustentantes, asistirán a él uno de los veinte y cuatro leccionistas, por el mismo orden, y turno, sin que por esto dejen de concurrir al ejercicio todos los demás Académicos y Discípulos, reservando por ahora el Colegio acordar todo lo demás que considere en lo sucesivo oportuno para el mayor adelantamiento y perfeccionamiento en los ejercicios, presentándose ante el Consejo para su aprobación; pues sin ello no puede ponerse en ejecución" (Estatutos, 1781:XLIX)

            No me resisto a trascribir el cuadro que recoge Pereyra, referente a los temas de los ejercicios tratados en tales Academias en las primeras décadas del Siglo XIX (Pereyra, 1988, 220-222):
                       
TEMAS DE EJERCICIOS ACADEMICOS DE LOS MAESTROS ANTIGUOS ESPAÑOLES DEL SIGLO XIX
Pedagogía general
     "¿Se encuentra alguna diferencia entre la enseñanza de un profesor  puramente teórico a la que reúna la teoría a la práctica?"
     "En un establecimiento de instrucción primaria ¿debe darse preferencia a la educación o a la instrucción?"
     El cúmulo de materias que abraza la instrucción primaria ¿ofrece algunas ventajas?"
     "¿En cuál de los ramos que abraza la primera educación debe poner más empeño y cuidado un celoso profesor?"
     "¿Cuál es el estado de la educación primaria en España y el de sus profesores?"
     "¿Cuál es la principal causa del mal estado en que se halla en general la educación de las niñas y cuál es el medio de mejorarla?
     "¿Hay necesidad de castigar a los niños? Si la hay, ¿qué clase de castigos deberá adoptar un profesor conforme a las circunstancias y órdenes vigentes?"

Desarrollo Profesional
     "Si el profesorado de instrucción primaria se elevase al rango de las demás carreras literarias y científicas, determinando los cursos que habían de probar los aspirantes, y grados a que deberían optar, ¿qué ventajas  podrían  conseguirse en la instrucción pública?, ¿cómo influirían éstas en el bien general de la nación y en mejorar la suerte de los profesores?"
     "¿Qué conocimientos deben adquirir y probar legalmente los que se dedican  a la carrera de la educación de la niñez?, ¿Qué relación tiene esta carrera con todas las demás literarias y científicas?"
     Un ilustrado profesor de educación, ¿de qué modo puede influir más directamente en las ideas políticas, religiosas y morales de un pueblo? ¿Serán más eficaces los medios que al mismo fin se proponga un buen párroco?"
     "¿Están los profesores obligados a secundar los deseos de los padres en la educación de los niños?"
     "¿Se hallan en razón directa los adelantos de los discípulos con los mayores conocimientos de los profesores?"

Didáctica general
     "¿Qué medios puede escoger un profesor celoso para que sus discípulos se aprovechen de su doctrina?"
     "No basta que el profesor conozca prácticamente el mecanismo de un método de enseñanza si este lo ha de emplear con fruto en instruir a sus discípulos"
     "Sobre el mecanismo y útil inversión del tiempo en una escuela de instrucción primaria"
     Del aglomeramiento de enseñanzas en una clase de instrucción primaria, ¿qué bienes o males pueden resultar?
     "¿Qué deberá  practicar un profesor al encargarse de una escuela numerosa, y qué marcha le será más prudente seguir?"
     "El método de enseñanza simultáneo es el que más se acerca a la perfección entre todos los métodos conocidos.
     "¿Qué medios debe escoger un profesor para combatir la pereza tan común en los niños?"
     "¿Son convenientes los exámenes públicos para el adelantamiento de los niños, o habrá otros medios que contribuyan más eficazmente a conseguir este objeto?
     "Reporta alguna ventaja el uso de los vales  [premios]  en una escuela?"
    

Lectura, escritura y gramática
     "Además de enseñar a los principiantes el nombre de las letras del alfabeto, ¿será conveniente demostrarles la disposición de los órganos de la pronunciación para ejercitarlos en ella, o solamente su aplicación en las distintas combinaciones que se forman de las sílabas?"
     "¿Será conveniente para abreviar la enseñanza de la lectura dar el nombre de  gue a la g, de je a la j, de que a la q, y el de ye a la y consonante?"
     ¿Cuál es la causa de que hasta los niños que mejor vencen todas las dificultades en el arte de escribir, no concluyan esta enseñanza sin retraso en ella?"
     "¿Será más ventajosa la enseñanza de la escritura usando de los caídos o líneas o líneas trasversales de la cuadrícula que usando sólo de las líneas horizontales, como se practica en otras naciones?
     "El uso de la pizarra para la enseñanza de la escritura, ¿es útil o perjudicial? En uno u otro caso, ¿por qué razones?"
     "¿A qué altura de conocimientos debe hallarse el niño en nuestras escuelas para dedicarle al estudio de la Gramática castellana?"
     Supuesto que las palabras son unos signos de nuestras ideas, y que la gramática enseña el modo de expresar éstas correctamente, ¿se podrá enseñar aquélla con perfección sin que preceda el estudio de unos elementos de ideología?
     "¿En qué partes de la gramática deberá el profesor poner mayor atención para que los discípulos consigan ulteriores conocimientos literarios?"

Aritmética
     "¿Se enseñará a los niños la aritmética fundamentalmente, o bastará que aprendan a practicar las operaciones necesarias al trato común?"
     "¿Debe enseñarse la Aritmética práctica al propio tiempo que la teoría de las operaciones, o convendrá hacerlo separadamente?"
     "¿Se necesitan algunos aparatos  para enseñar a los niños la aritmética, o hay otros medios con que poderlo  verificar?"
    
Religión y moral
     "¿Qué fondo de conocimientos religiosos debe tener un profesor de primera educación, y cómo comunicará éstos a los discípulos?"
     "¿Qué extensión debe dar el profesor a las explicaciones de la doctrina cristiana?
    
Otras enseñanzas
     "Siendo muy esencial a la sociedad que los miembros de todas sus clases sean instruidos en las verdades fundamentales de la Religión Católica, no menos que en las de la sana política y civilidad, ¿cuáles serán los medios más a propósito para que los niños de las escuelas comprendan quiénes son, cuál es su patria, qué derechos tiene todo ciudadano, cuál es su gobierno, sus tribunales y sus leyes?"
     "¿Qué interés tienen las naciones en la educación física de los niños, y que disposiciones legislativas deben establecerse para la buena dirección de este ramo importante, tan desatendido hasta ahora en los reglamentos de instrucción pública?"
     "El dibujo lineal es una parte constitutiva de la enseñanza y su aplicación al examen de los objetos forma la razón de los niños"
Tomado de Pereyra, 1988: 220-222

            Paralelamente a las preocupaciones metodológicas del Colegio Académico,  y muchas veces en competitividad abierta con éste, deberían considerarse las realizaciones del  grupo surgido en torno la las Escuelas de la Real Comitiva.

            Con motivo de la creación de la "Escuela de la Real Comitiva", destinada a la atención de los hijos de los criados que debían acompañar a la familia real en sus desplazamientos estacionales entre los distintos palacios (San Ildefonso, El Escorial, Aranjuez, El Pardo y Madrid), fue configurándose una verdadera propuesta metodológica con intenciones de modernización y de convertirse en modelo para todas las escuelas del reino.

            Este movimiento, que contó con la iniciativa del encargado de esta Escuela, Juan Rubio, y el mecenazgo del Conde de Floridablanca, que recabó, a través de los distintos embajadores, noticias de los últimos adelantos educativos en Europa, fue creciendo en éxito y prestigio y cuyos resultados se pusieron en práctica en la nueva Escuela de San Isidro de Madrid, fundada en 1789, y que nació con el objetivo claro de convertirse en escuela modelo, en el primer avance de escuela Normal, en un centro en el que pudieran aprender el oficio y el nuevo método todos aquellos que deseasen brir escuela en cualquier parte del país, al margen de la Hermandad de san Casiano.


4.1.3. Aportaciones de Jovellanos
           
            Las aportaciones de Jovellanos en este punto, como en todos los demás niveles de la educación en que se ocupó, se inscriben en el ámbito de la reflexión teórica y de las realizaciones prácticas.

            En el ámbito de la reflexión teórica aborda el tema de la enseñanza de las primeras letras en el Informe sobre el patronato de las Escuelas de Garayo (Jovellanos, BAE L, 427-429), escrito en 1775, en su época sevillana; en el Informe sobre el expediente de Ley Agraria (Jovellanos, BAE L, 425) y, lógicamente, en sus dos obras mayores sobre la educación: la Memoria sobre educación pública (Jovellanos, BAE XLVI, 241-243) y las Bases para la formación de un plan general de instrucción pública (Jovellanos, BAE XLVI, 268-270).  Analicemos brevemente los aspectos fundamentales de tales aportaciones.

            Deberíamos comenzar diciendo que, también para Jovellanos, esta instrucción primaria es necesaria para la perfección de las facultades de la razón y del alma de todos los ciudadanos (Jovellanos, BAE L, 125). Por esta misma razón es una de las primeras obligaciones del Estado fomentarla, difundirla, controlarla y dirigirla .

            En cuanto a los destinatarios de este tipo de educación, coincide con el resto de los ilustrados en la defensa de la necesidad de extenderla a todos los pueblos e individuos "por pobres y desvalidos que sean" (Jovellanos, BAE L, 125), consciente de que "la utilidad de la instrucción, considerada políticamente, no tanto proviene de la suma de conocimientos que un pueblo posee, ni tampoco de la calidad de estos conocimientos, cuando de su buena distribución" (Jovellanos, BAE XLVI, 241). Por todo ello se atreve a proponer a la Junta Central, al final de su vida, que se pensara en la oportunidad de privar "de algunas gracias o derechos" a quien no la hubiese recibido (Jovellanos, BAE XLVI, 270).

            Los objetivos y contenidos de este nivel educativo son, para Jovellanos, los mismos que para el resto de los ilustrados aunque, me atrevería a decir, su presentación es mucho más matizada que la de Cabarrús:

            La educación física que tiene por objeto "la perfección de los movimientos y acciones naturales del hombre" tenderá a "mejorar la fuerza, la agilidad y la destreza de los ciudadanos" y deberá centrarse en el ejercicio de las acciones naturales de la vida ordinaria: andar, correr, trepar, etc. (Jovellanos, BAE XLVI, 268). Pero a estos objetos, comúnmente reconocidos por los ilustrados, añade Jovellanos, dentro de la educación física, el ejercicio en el uso y discernimiento a través de los sentidos, desde el presupuesto gnoseológico de que los sentidos son la fuente primera del conocimiento y la observación la regla metodológica fundamental (Jovellanos, BAE XLVI, 268).

            La educación intelectual abarcaría, en primer lugar "el arte de leer y escribir", no sólo porque es el cimiento de toda la enseñanza, sino por las ventajas que proporciona a los ciudadanos en el ejercicio de la vida social (Jovellanos, BAE XLVI, 269), aunque tal aprendizaje no deba ser mecánico, sino comenzando por inculcar los principios de la buena pronunciación para evitar defectos e introducirlos en la correcta ortografía. Además de la lectura y escritura debería enseñarse "el arte de calcular" pero, también en este caso, huyendo del aprendizaje mecánico e insistiendo en las razones (Jovellanos, BAE XLVI, 242). Por último, esta educación intelectual no podría olvidar, según Jovellanos, una enseñanza especialmente útil: la enseñanza del dibujo [11].

            La educación moral, reconocida por Jovellanos como parte esencial de esta instrucción primaria puesto que, según su opinión, nada hay más acreditado por la experiencia que la inmensa capacidad de la infancia para recibir e imprimir en la memoria y el alma las enseñanzas y valores que se presentan. Por ello debería presentarse a los alumnos una síntesis adaptada a su capacidad, a través de los libros de lectura y de las muestras de escritura en los que aparecieran claramente expuestos los principios de "doctrina civil y moral" (Jovellanos, BAE XLVI, 242). De todos modos, consciente Jovellanos de la ausencia de tales libros y de la dificultad de elaborarlos, recomienda las obras de Tomás de Iriarte [12]de Escoiquiz [13], Fleury y Pouget [14].

            En cuanto al profesorado, comienza Jovellanos reconociendo que faltan en aquel momento los profesores idóneos para tal empresa pero que no faltarán siempre, pues multiplicando y perfeccionando las escuelas pronto podrán salir de ellas buenos profesores ya que, por otra parte, "mas que ciencia y erudición, este ministerio requiere prudencia, paciencia, virtud, amor y compasión a la edad inocente" (Jovellanos, XLVI, 243). Por eso, a diferencia de Cabarrús, cree que los mejores maestros pueden encontrarse entre los sacerdotes y religiosos, a quienes debe suponerse adornados de tales virtudes [15].

            En lo que insiste una y otra vez Jovellanos es en la selección por oposición pública de tales maestros (Jovellanos, L, 427) y en la necesidad de la coordinación de tales escuelas con otras instituciones (Jovellanos, BAE LXXXV, 146, 316-318; Jovellanos, BAE XLVI, 242), en la necesidad de fijar un plan o método general o en la necesidad de alguna forma de inspección (Jovellanos, BAE L, 427; Jovellanos, BAE XLVI, 276).

            Por último, en cuanto al método parece insistirse una vez más en la importancia de la observación, la inducción (Jovellanos, BAE XLVI, 242), la huida del aprendizaje puramente mecánico, como dijimos anteriormente.

            Las realizaciones prácticas de Jovellanos en este nivel se concretan en el ilusionado proyecto de creación de una escuela de primeras letras bajo el patronato del Abad de Santa Doradía y de su propia hermana Pepa, adscrita al Real Instituto Asturiano. En tal  proyecto destaca, sobre todo, el notable interés derrochado en la previsión y preparación de todos y cada uno de los detalles: convenciendo a los patronos, configurando el patronato, buscando los locales, pidiendo los libros, buscando y nombrando el maestro, seleccionando los alumnos, etc. Este celo amoroso de que deja constancia en el Diario sólo es comparable con el derrochado en el Instituto. No en vano consideraba ambas instituciones como complementarias [16]



REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
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ANES, G. (1976), El Antiguo Régimen: Los Borbones, en Historia de España Alfaguara, Madrid, Alianza Universidad.
CABARRUS,  (1808), Cartas sobre los obstáculos que la ignorancia, la opinión y las leyes oponen a la felicidad pública, Imprenta P. Real
DOMINGUEZ ORTIZ, A. (1981), Sociedad y Estado en el siglo XVIII, Barcelona, Ariel.
FLEURY, Ab. C. (1734-1737), Catecismo histórico, París, , 2 vols. Traducción de Carlos Velber. .
IRIARTE, T. (1794),  Lecciones instructivas sobre la Historia y la Geografía, Obra Póstuma, Madrid, Imprenta Real, , 3 vols. (vol. I: Historia Sagrada;  Vol. II: Historia Profana; Vol. III: Noticia Geográfica).
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JOVELLANOS, Informe sobre el expediente de Ley Agraria, BAE L, .
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POUGET, F. (1772), Instructions générales en forme de catéchisme, où l'on explique en abrégé par l'Ecriture Sainte et par la tradition, l'histoire et les dogmes de la religion, la morale chrétienne, les sacraments, les prières, les cérémonies et les usages de l'Eglise, París, C. Hérissant,  (versión castellana de Manuel Villegas Pignatelli).
RUIZ BERRIO, J. (1963), "Actividades escolares de la Junta de Caridad en Madrid", en Revista Española de Pedagogía, , pgs.. 59-68;
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RUIZ BERRIO, J. (1987),  Sentido y alcance de la reforma educativa de los ilustrados españoles, en La Ilustración y los orígenes de la industrialización en Asturias, Actas de las V Jornadas Culturales de Aller, Aller, I. B. "Príncipe de Asturias".
RUIZ BERRIO, J. (1988),  La educación del Pueblo español en el proyecto de los ilustrados, en La Educación en la Ilustración española, O. cit.. pgs.. 163-191.
SARRAILH, J. (1979), La España Ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, Madrid, FCE.



NOTAS
[1]..  AGUILAR PIÑAL, F.  La política docente, en MENENDEZ PIDAL, R. Historia de España, Madrid, Espasa Calpe, 1987, tomo XXXI,  "La época de la Ilustración", vol. I, "El Estado y la Cultura (1759-1808)", pg.. 440. Este trabajo conciso y riguroso nos servirá de base para el resumen de las características de tal enseñanza, que realizaremos en este apartado. De todos modos, sobre la educación primaria en la Ilustración podrá consultarse: PEREYRA, M.A. Hubo una vez unos maestros ignorantes. Los maestros de primeras letras y el  movimiento ilustrado de las Academias, en La Educación en la Ilustración Española, Número Extraordinario de REVISTA DE EDUCACION, Madrid, 1988, pgs.193-223; RUIZ BERRIO, J. "Actividades escolares de la Junta de Caridad en Madrid", en Revista Española de Pedagogía, 1963, pgs.. 59-68; RUIZ BERRIO, J. Reformas de la enseñanza primaria en la España del Despotismo Ilustrado: la reforma desde las aulas, en L'enseignement primaire en Espagne et en Amérique Latine du XVIIIè siècle a nos jours, Tours, Ciremia, 1986, pgs.. 1-17; RUIZ BERRIO, J.  Sentido y alcance de la reforma educativa de los ilustrados españoles, en La Ilustración y los orígenes de la industrialización en Asturias, Actas de las V Jornadas Culturales de Aller, Aller, I. B. "Príncipe de Asturias", 1987; RUIZ BERRIO, J. . La educación del Pueblo español en el proyecto de los ilustrados, en La Educación en la Ilustración española, O. cit. pgs. 163-191.

[2]. Las referencias a Jovellanos se citarán como se ha hecho en esta ocasión, por las obras completas de la Biblioteca de Autores Españoles. Los  números romanos indicarán el número del tomo de la colección y la cifra en arábigos, el número de página.

[3]. Pragmática de Felipe V (1743) sobre maestros.  Puede verse la Ley sobre requisitos para el ejercicio del magisterio de primeras letras (Provisión de 11 de Junio de 1771), en MINISTERIO DE EDUCACION, Historia de la Educación en España. Textos y documentos, Madrid,  tomo I, pg.. 418.  Igualmente significativas son las reglas que, sobre los maestros de escuelas de niños, establece el IV Concilio Provincial de Méjico (Libro I,  Título 1), celebrado en 1771.  (Citado en LLOPIS, J. y CARRASCO, M.V. Ilustración y educación en la España del siglo XVIII, Valencia, E.U. de Formación del Profesorado de E.G.B. 1983, pg.. 112).

[4]. LABRADOR HERRAIZ, C. Los maestros de primeras letras en el Catastro del Marqués de la Ensenada, en II Simposio sobre el Padre Feijoo y su siglo, Oviedo, Cátedra Feijoo, 1983, tomo II, pgs. 159-181. En la tabla comparativa entre los salarios de las distintas profesiones (pg.. 174) puede verse que si nos referimos solamente al pueblo de Cifuentes, el médico contaba con un salario de 7.557 reales de vellón; el cirujano, 4.036; el boticario, 5.500; el abogado, 3.300; el notario, 550; el escribano 3.300; el sacristán, 636; el maestro, 704. El resto de los datos (salvo en el pueblo de Trillo, en que el maestro cobra 660 reales y el sacristán 274), el maestro es el que menos cobra, muy por debajo del resto de las profesiones. De esta misma autora puede verse su reciente trabajo: LABRADOR HERRAIZ, C. La Escuela en el Catastro de Ensenada, Madrid, Servicio de Publicaciones del M.E.C., 1989.

[5]. Así lo recomienda Mayans y Siscar en su Informe al rey sobre método de enseñar el las Universidades de España, Valencia, Bonaire, 1974, cap. III, pg.. 57.

[6]. Todavía en la Provisión de 11 de Julio de 1771 se recomienda desterrar "las fábulas frías, historias mal formadas o devociones indiscretas, sin lenguaje puro, ni máximas sólidas".

[7]. Es curiosamente significativa la norma que da sobre ello el IV Concilio Provincial de Méjico, citado más arriba:
"Los Maestros no gastarán el tiempo en hacer cantar a los niños, pues no es esta su facultad ni obligación, consumen el tiempo inútilmente, alborotan e incomodan la vecindad y se hace odioso su ministerio, y así sólo al entrar a la Escuela para decir el Alabado... o al salir para rezar una Salve a Nuestra Señora, se les permitirá que en tono bajo lo recen, pues hay exceso en fatigarlos con el canto, y falta en reseñarles lo que deben".

[8]. Ley sobre requisitos para el ejercicio del Magisterio de primeras letras. Provisión de 11 de Julio de 1771, reproducida en MINISTERIO DE EDUCACION, Historia de la Educación en España. Textos y documentos, O. cit.. tomo I, pg.. 423.

[9]. FLEURY, Ab. C. Catecismo histórico, París, 1734-1737, 2 vols. Traducción de Carlos Velber. De esta obra se realizaron múltiples versiones y ediciones, prueba de su incontestable éxito y es recomendada en varias ocasiones por Jovellanos, como veremos.
[10]. Ley sobre el establecimiento de escuelas gratuitas en Madrid para la educación de niñas y su extensión a los demás pueblos. Cédula de 11 de Mayo de 1783, reproducida en MINISTERIO DE EDUCACION, Historia de la Educación en España. Textos y documentos, O. cit.. tomo I, pg.425.

[11]. Esta recomendación aparecía ya en JOVELLANOS, Informe sobre el patronato de las escuelas de Garayo, BAE L,  pg.. 248.

[12]. Según J.P. Clement (Las lecturas de Jovellanos, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1980, pg.. 134), se refiere a IRIARTE, T. Lecciones instructivas sobre la Historia y la Geografía, Obra Póstuma, Madrid, Imprenta Real, 1794, 3 vols. (vol. I: Historia Sagrada;  Vol. II: Historia Profana; Vol. III: Noticia Geográfica).

[13]. ESCOIQUIZ, J. Tratado de las obligaciones del hombre, 1975 (ver CLEMENT, J.P. Ibídem, pg.. 111). Las ediciones que se recogen en AGUILAR PIÑAL, F. Bibliografía de Autores Españoles del siglo XVIII, Madrid, CSIC, 1984, tomo III.

[14]. POUGET, F. Instructions générales en forme de catéchisme, où l'on explique en abrégé par l'Ecriture Sainte et par la tradition, l'histoire et les dogmes de la religion, la morale chrétienne, les sacraments, les prières, les cérémonies et les usages de l'Eglise, París, C. Hérissant, 1772 (versión castellana de Manuel Villegas Pignatelli). Obra prohibida por la Inquisición en 1747 y autorizada en 1782. (Ver CLEMENT, J.P. Ibídem, pg.. 107).

[15]. De todas formas, no deja de ser significativo que cuando habla a título personal, no en representación de una institución, parece preferir, en principio, maestros laicos. Así ocurre cuando su hermana le propone que, en la escuela de su patronato, se encarguen las monjas (JOVELLANOS, Diario V, BAE LXXXV, pg.. 173).  Lo mismo ocurre con la escuela de Santa Doradía, interesado el Abad donante en que fuera llevada por los Escolapios (JOVELLANOS, Ibídem, pg.. 227); finalmente, Jovellanos terminó nombrando a Marina, que "parece mozo aficionado a esta especie de enseñanza, posado y modesto, con bastantes conocimientos en letras; la suya es buena" (JOVELLANOS, Ibídem, pg.. 373).

[16]. Las referencias a estas dos creaciones son abundantísimas entre el 15 de Diciembre de 1793 (Diario V, BAE LXXXV, pg.. 135) y el 23 de Enero de 1797 (Diario VII, BAE LXXXV, pg.. 409), día en que con la escueta redacción del Diario, Jovellanos deja anotado "Tarde, al instituto, a  la Escuela: me gusta el método del maestro y la disposición de los niños".

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