Francisco Flecha Andrés
Texto
para una intervención en la radio
La Filosofía no
dice nada. No tiene nada que
decir.
Los filósofos no dan
informaciones nuevas. Ese es el
territorio de la ciencia. Y la Filosofía
no es una ciencia. Es, en todo caso, un
saber. O si me obligan, un intento
permanente de saber (o de saberse).
Los filósofos, por tanto, se preguntan por las cosas que
realmente les preocupan, que preocupan a sus contemporáneos y que tienen
difícil respuesta.
Por eso se recurre al
filósofo cuando se trata de cuestiones complejas: la muerte, la suerte, la
justicia, la libertad, la existencia de Dios…
Y nos hacen preguntas como
esta de hoy: ¿Qué dice la filosofía sobre
la suerte?
Y los filósofos entramos a
todos estos trapos porque no hay nada que nos guste más que el juego dialéctico
de indagar en las preguntas, compartir el pensamiento en una batalla
dialogante.
En este caso. Por ejemplo,
nos preguntaríamos:
- · ¿Qué queremos decir cuando decimos “suerte”?,
- · ¿Es lo mismo la suerte que el azar?
- · ¿Por qué los hombres han querido siempre controlar los acontecimientos eliminando el azar y provocando la suerte?
- · ¿Cómo lo han intentado?
- · ¿Es posible controlar el azar?
- · ¿Es lo mismo el éxito que la buena suerte?
- · ¿La buena suerte está en lo que se tiene o en lo que se desea?
A todas estas cuestiones
la Filosofía no da soluciones, sino RESPUESTAS (que seguramente sugieren otras preguntas y
otras mil respuestas posibles y derivadas.
Y, por formular alguna
respuesta a esta cuestión que se plantea yo comenzaría diciendo que conviene
distinguir claramente entre AZAR y SUERTE.
El Azar tiene que ver con
aquellos acontecimientos que ocurren caprichosamente: por azar se cayó una maceta desde un balcón cuando yo pasaba.
La suerte[1]
hace referencia a aquella situación en la que tales acontecimientos caprichosos
contribuyen a mi felicidad o bienestar: tuve la suerte (o la fortuna) de que la
maceta no me cayó encima.
En tal sentido, se opone a
“la desgracia” (cuando tales acontecimientos se oponen a mi felicidad o
bienestar): tuve la desgracia de que la maceta me cayó encima.
O sea: la suerte es una
especie de valoración personal de mi propia situación (me siento afortunado o desgraciado).
Y esta valoración se
produce desde la convicción de que tal circunstancia me ha sobrevenido como
regalada y, además, tiene menos que ver
con lo que se tiene que con lo que se desea (con un poco de suerte mi vida
cambiaría y sería distinta y más agradable).
Pero el deseo es el motor
último de todas nuestras acciones y va indisolublemente unido a la sensación de
una cierta fragilidad (nuestra o del mundo).
Por eso, desde que el
hombre es hombre (o quizás gracias a eso el mono pelón se convirtió en un
animal mágico-simbólico) ha sentido siempre la necesidad y el deseo de controlar
el azar para procurarse la suerte utilizando instrumentos, rituales mágicos y,
sobre todo, la palabra (el arma mágica más poderosa, no se olvide. Con la palabra nuestros dioses crearon el
mundo. Con la palabra se conjura a los muertos, al amor, al misterio…).
Pero ¿existe el azar o,
simplemente, es que desconocemos alguna de las variables que conforman la
ecuación de lo real?
Pero ¿es posible controlar
el azar? Pues, hombre, yo deseo que no
porque, ¿Dónde quedaría entonces la espera ilusionada? Me niego a otro “destete” radical como el
sufrido, cuando entonces, aquella Noche de Reyes. Gracias a la ilusión seguimos vivos y
soportamos la frustración.
No hay nada más triste que
no creer en nada.
O creer sólo en Dios. Como aquellas monjitas del cuento que escribí
en una ocasión y que repito aquí, con su permiso:
Territorios
del Poniente
Encarna Souto Lombiña volvió una tarde lluviosa, al Sol puesto, a la casa paterna en Aguiño, reencontrándose gozosamente con la fraga del Miradoiro da Garita donde, en tardes como ésta, había entrado en contacto, entre hilachas de niebla y helechos, con todos los santos del cielo, con los muertos recientes y antiguos de los pueblos vecinos, con demos y trasgos, con las sombras difusas que la habían protegido de todos los males, con las hierbas que curan tercianas, con la santa compaña.Sólo así le volvió la alegría perdida aquel día en que, creyendo que todas aquellas voces la llamaban a una vida de gracia, se fue a meter monja en el convento de las encerradas de Tuy.No resistió allá adentro ni siquiera dos meses.Por razones de peso.- Eran gente muy triste, Felisa. Con decirte que sólo creían en Dios, ya te digo.
[1] “Un dichoso o desgraciado azar es el
advenimiento de un bien o de un mal; grandes bienes o grandes males, he aquí la
prosperidad o la adversidad” Aristóteles, Metafísica, Libro XI, VIII “Del
ser accidental”.
Aveces creo que vamos por la vida intentando siempre mejorar nuestra buena suerte que traemos a la vida de serie.Si por buena suerte se entiende que el mero echo de estar vivo cada dia, ya es mucha buena suerte...
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