martes, 9 de octubre de 2012

La Escuela Normal de León: 150 años buscando un edificio


LA ESCUELA NORMAL DE LEÓN: CIENTO CINCUENTA AÑOS BUSCANDO UN EDIFICIO

Francisco Flecha Andrés

Palabras para el acto de homenaje a la Escuela Normal de León por parte del I.E.S. Claudio Sánchez Albornoz que ocupa, actualmente el edificio que fue de la Escuela Normal


Hay pueblos que, por oscuros designios de los dioses, pasan gran parte de su historia errantes.  Hay instituciones que, por designios igualmente oscuros de los hombres, pasan también gran parte de su historia errantes.

Unos y otras, si se descuidan, tienden a convertir en epopeya su experiencia vagabunda.

Hemos venido hoy aquí lo que queda de aquello que fue, en su momento, la Escuela Normal de Maestros de León. Pero (¡Qué lo vamos a hacer: No hemos encontrado, de momento, ningún Homero que cante los viajes de este Ulises! Y bien que lo sentimos).

Pero de vuelta a ésta que, en su día, fue la casa que habitamos, queremos (porque podáis comprenderla enteramente, ya que las casas encierran siempre, en algún sitio, el fantasma de aquellos que vivieron) contar, tan brevemente como pueda, en nombre de aquellos que vivieron, cómo llegaron hasta aquí sus primeros habitantes, qué supuso para ellos y que ha sido de ellos (de nosotros) desde entonces.

Pongamos que todo comenzó, sin entrar en más detalles, cuando volvieron de Madrid los dos alumnos que la Diputación había becado para estudiar en Madrid con Don Pablo Montesinos y prepararse para fundar en León una Escuela Normal Elemental de Maestros, creada por Real Orden de 4 de Octubre de 1843.

Para comenzar con esta empresa hacían falta pocas cosas: 10 alumnos (uno por cada partido judicial) y un edificio que fuera cedido para ello.

No parecía muy difícil y no fue, sin embargo, nada fácil: Los partidos judiciales tardaron lo suyo en contestar y el edificio… ¿para qué voy a contaros?

Venía solicitándose desde hacia ya tres años un edificio a propósito, el cual deberá contener una escuela de niños que,
 "al propio tiempo, sirva de escuela práctica o de aplicación, para que en ella se ejerciten en los métodos generales y especiales de enseñanza más acreditados, una o más aulas para la enseñanza interna de las materias correspondientes al programa de estos establecimientos y, por último, habitación para los maestros y alumnos internos y cuanto sea necesario para muebles, utensilios e instrumentos de uso ordinario"[1]
Después de idas y venidas, el Ayuntamiento cedió, para tal fin, el antiguo convento de Escolapios, en evidente estado de ruina desde cuando aquello de Mendizabal. Se nombraron sucesivas comisiones para estudiar las necesidades de reforma del edificio (que emplearon en la encomienda desde marzo de 1841 hasta setiembre de 1842) en que se determina que no puede emplearse tal edificio por causa de su fragilidad.  

Primera estación de un largo Via crucis.

A raíz de la publicación de la Orden de creación de la Normal (Octubre del 43, como dijimos) se destina como local  provisional el de la Escuela Pública Municipal, comprometiéndose la Comisión Provincial de Instrucción Pública
"a buscar otro local más espacioso, solicitando alguno de los edificios de los extinguidos conventos, caso de que hubiere alguno disponible, habida cuenta de los inconvenientes que planteaba la casa de Escolapios"
Llegó, incluso a pensarse en la utilización del Seminario de San Froilán, aunque ya se encargó el clero de manifestar su enérgica protesta.

Sea como fuere, la Normal abrió sus puertas el 1 de setiembre de 1844, en las escuelas municipales de la calle del Cid, en las que se habían realizado algunas obras de acomodación por valor de 1.200 reales. 

En esta situación y casa permaneció dos años, hasta la creación del Instituto Provincial. No parecía procedente que las dos nuevas instituciones ocuparan espacios separados (¡Buenos, según parece, estaban los tiempos en cuestiones de edificios!) Así pues, El Instituto y la Normal ocupan el viejo caserón de los Cea en la esquina de la calle del Cid y la plaza de San Isidoro.
 
Parecía haberse logrado un espacio suficientemente amplio, pero ( y aunque sólo sea por quejarse) carecía de huerto donde poder realizar los "ensayos de agricultura".

Fueron, de todos modos, tiempos tranquilos en que comenzaron a dotarse los gabinetes de Física y de Historia Natural con instrumentos que causa admiración sólo nombrarlos:

Un grafómetro, un hagiometro, una buena máquina eléctrica de dos conductores, un electróforo, una botella de Leyden, un excitador, una máquina neumática de doble agotamiento, un aerómetro universal, un galeoctómetro"
Y algunas otras novedades no menos impresionantes.

Pasamos (¡Perdón!: pasaron), en el viejo caserón más de cincuenta años atendiendo a los arreglos de rigor (ahora un retejo, ahora los arreglos de retretes, cosas normales de una casa del siglo XVII a la que pesaban los años  y las vigas) y atendiendo  a algún lujo necesario  y bien justificado, como colocar una estufa en cada aula
"porque la permanencia de los alumnos en las aulas casi todas las horas del día, en un país en que el invierno es riguroso y prolongado, hacen necesario este gasto, en el cual se ha procurado, por otra parte, la mayor economía posible".
Así se fue tirando, con problemas de espacio, solucionados, cuando no había otro remedio, con el arriendo de alguna casa adicional (como aquella del nº 5 de la Calle de Bayón) hasta que la situación pareció ser tan irritante que obligó a los alumnos a ponerse en huelga (¡Quien lo habría de decir!) un 31 de octubre de 1906  alegando que "no hay aulas, ni retretes ni pasillos donde resguardarse porque hay 90 matriculados y apenas cabida para 40.

Por fin, el caserón no pudo más con su ruina y con su historia. Llegó, arrastrándose hasta 1911. Nada más.  

Y otra vez en camino, en busca de otra casa.

Se piensa en la Casa de Cilleros, usada en otro tiempo como Casa de Beneficencia, en la plaza de la Colegiata de San Isidoro (Donde está hoy el Instituto Legio VII, para hacerse una idea), pero dado su estado de abandono deberían realizarse algunas obras.

Provisionalmente, se piensa, no sería mal sitio la Casona de la Plaza Don Gutierre, ya vieja por entonces, como ahora.  Pero sólo provisionalmente, no se apuren, mientras se construya la nueva casa en la calle de Serranos.
Se eternizaban las obras de la Calle de Serranos de tal modo que a mediados de 1913 se pensó en trasladar  a Astorga la Normal.

Sin embargo, tampoco parecía necesario ser tan drástico.  Ahí estaba la casa de Cilleros que, aunque vieja como estaba, siempre valdrá para este apuro.
Y allí estuvimos (estuvieron), provisionalmente, como siempre, hasta 1934.
Pero como nunca los males son eternos, en 1928 comienza por fin a elaborarse el proyecto de un nuevo edificio sobre los planos de Don Antonio Flórez Urdapilleta, arquitecto de la Escuela de Madrid y afín a la Institución Libre de Enseñanza 
"para la construcción de un edificio con destino a la Escuela Normal de León, con sus correspondientes graduadas, ubicado en los terrenos cedidos por el Ayuntamiento y la Diputación en la embocadura de la carretera de Asturias, enfrente del Mesón y bodegas de " El Miserias". Presupuesto total de 922.536, 34. 
 Todo un lujo. ¿Quién lo hubiera podido imaginar?


Pero nada se hace en un momento. Por eso, mientras tanto, tuvieron que pedir prestado, de nuevo, algún espacio. Fue la Fundación Sierra Pambley quien les dejo la Sala de conferencias en la casa de Don Paco.

Pasaron así otros tres años hasta que, por fin, se aprueba, por decreto, el comienzo de las obras (28 de octubre de 1931). El Claustro, entusiasmado, agradece las gestiones a los Diputados en Cortes por León: D. Publio Suarez, D. Félix Gordón Ordás y D. Miguel Castaño.  (Ya ven, hoy todos ellos parecen solamente los nombres de unas calles).

Llegados aquí, habría que decir que sólo hemos hablado de la Escuela de Maestros.  

Las maestras tuvieron otra suerte: Cuando se fundó la Escuela de Maestras, en 1897, se instalaron en las nuevas Escuelas Municipales de la Concepción (donde el centro de  adultos de Fernández Cadórniga, por precisar también este lugar). 

De allí pasaron  (cuando estuvo terminado) al nuevo edificio de la calle de Serranos.

Se terminó, por fin, el flamante edificio de ladrillo en diciembre de 1934 y el Ministerio concedió 17.000 pesetas para el completo equipamiento.  De todo ello se encargó al carpintero Miguel Pérez, de la calle de Suero de Quiñones quien, a cuenta del dinero, entregó unos muebles regios y nobles como hechos para un corregidor.

Terminadas las obras, el Claustro, agradecido, decidió hacer un homenaje a su director, por los desvelos en conseguir tan grandes logros y , en sesión del 5 de mayo de 1936 se acuerdó lo siguiente:

1.         Colocar una lápida en el edificio que recuerde la labor y trabajos de José Mª Vicente y López y que sirva al propio tiempo de ejemplaridad para las sucesivas generaciones de estudiantes que pasen por las aulas.
2.         El acto de descubrir la lápida tendrá lugar antes de fin del actual curso, asistiendo únicamente profesores y alumnos, sin representantes oficiales, pues se quiere dar al acto un carácter de verdadera intimidad.
3.         Aceptar, con reconocimiento de todo el Claustro, el ofrecimiento de Julio del Campo y Portas para tallar la referida lápida, y colocarla en la Escuela Normal, con la filantropía que caracteriza al artista, a quien se honra colocando su retrato en el vestíbulo de la clase de trabajos manuales, teniendo en cuenta la protección que hace a toda obra de educación y cultura, como lo demuestra el magnífico edificio que lleva su nombre y personalidad artística.

Y, como en todo Via Crucis, llegamos al Calvario.  

Estalla una guerra, como saben, recién estrenado todo aquello, por los días de Julio de 1936.

Demasiado bueno el edificio para su uso en cuestiones de maestros.  Escuetamente así se hace saber:
Necesitando ocupar el edificio de la Escuela Normal de Maestros -carretera de Asturias- con el fin de alojar al Grupo de Cazas de la Legión Cóndor, intereso a Vd lo ponga a su disposición. Dios guarde a Vd. Muchos años. León, 23 de Octubre de 1937. IIº Año Triunfal.  De orden de S.E., el capitan Bernardo Alberca (Rubricado).  Sr. Director de la Escuela Normal de Maestros de esta plaza.
Ya sé que es ocioso, pero consta la respuesta: "Petición a la que accede el Director".

Se suspenden las clases. Y otra vez a los caminos. "Se recaba autorización del rectorado para buscar un local donde impartir la enseñanza, por si la ocupación del inmueble dura más de lo previsto.  Las cuestiones más urgentes se atienden en la Escuela de Comercio.

Se fue la Legión Cóndor, pero no las "amables peticiones", Dos meses más tarde, el Director, "ante las necesidades de la Patria" no titubeó un momento en ceder el edificio, con muebles y utensilios a la Delegación de Frentes y Hospitales para instalar allí un hospital de guerra.

Aprovechando, sin duda, la ocasión, el director del instituto pide que se le cedan temporalmente mesas y bancos, propiedad de la Normal.

Y otra vez a buscar sitio: la Escuela de Comercio, el Instituto, Amigos del País y hasta alguna academia.

En Marzo de 1940, tras no pocas negociaciones, la Normal consigue que se le devuelva el piso de arriba de la escuela y que la Diputación pague los gastos de desinfección. Y así se va tirando: las clases de alumnas por la mañana y alumnos por la tarde. En las aulas que no ocupaba el Frente de Juventudes para Cursillos de mandos.

En diciembre de 1942 se recupera otra planta del edificio.  En estado lastimoso, como es de suponer

Pero este mismo año se tramita la instalación de una escuela de Capataces de Minas y, como es lógico, ningún sitio mejor para alojarse que la Escuela Normal asegurando que las clases se darán el sábado por la tarde y en la mañana de los domingos, pagando los gastos que todo ello acarreare.

Es una novedad, por otra parte.

En 1945 el Director solicita al Gobernador de la provincia
La conveniencia de que se tabique, por higiene, la puerta que comunica la entrada principal de la escuela con la que da acceso al Hospital Militar, medida de urgente necesidad puesto que por ella entran y salen enfermos, mercaderías y humos al estar próxima a la cocina, aunque lo ideal sería que desapareciese el hospital, que ya lleva ocho años instalado en un edificio cuyo carácter es eminentemente docente"
No cesan las quejan. Porque, además, y por si esto fuera poco, como se hace saber al Rector en 1947 "los militares dedican piropos y frases groseras a las alumnas a la entrada y salida".

La ocupación, sin embargo, habría de durar hasta 1954.

Fue el momento en que se hizo un notable esfuerzo de decoración del edificio, para que quedara acogedor, con rincones de casa provinciana, con chimeneas simuladas y frescos de la Virgen y leyendas de "Ave María".

Y a este punto ya nos llega la memoria. No hace falta rescatarla.

Sólo diré que, dejamos, de nuevo este edificio en 1989.

Algo ganamos y perdimos en el cambio: Ganamos una mayor integración, unos nuevos compañeros, un nuevo aire y ventilar, por qué no vamos a decirlo, rencillas cordiales de familia amasadas en espacios familiares.
Perdimos el viejo aire de la escuela, el tacto de estos muros y espacio (de nuevo) mucho espacio.

Nos quedó pequeño el sitio desde antes de instalarnos.  Y hemos seguido pidiendo, como entonces, como siempre.

Parece que dicen que ya pronto nos harán otra casa más grande y más capaz.  Son muchos años, mucho andar y mucha historia.

No os extrañe si un día volvemos a pediros un espacio, provisionalmente, una vez más.


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[1] B.O.P.L. 2 (15.3.1841), pgs. 49-52

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