CATEGORÍAS
IDEOLÓGICAS Y ESTÉTICAS DEL ROMANTICISMO
Francisco Flecha Andrés
Conferencia
con motivo del Centenario de la muerte de Victor Hugo
1. INTRODUCCIóN PARA ROMÁNTICOS
Si levantaran la cabeza los viejos
románticos y leyeran el título de esta charla,
me imagino que sentirían esa especie de furia sorda del que ha pasado toda su vida intentando explicarse y, al
final, descubre que nadie le ha comprendido.
Y es que una de las actitudes más unánimemente
compartidas por todos los románticos fue, sin duda, la resistencia a
encasillar la realidad o sus propias creencias en algo tan absolutamente
racionalista como pueden ser las grandes categorías, las verdades
redondas, totalmente asumidas, los sistemas omnicomprensivos, las fidelidades incondicionales,
las normas éticas o estéticas universalmente admitidas.
La vida y la realidad son, para el romántico, algo tan imposible de encasillar y someter a norma como el viento, la
tormenta, la pasión o el destino. La
vida y la realidad son más un campo de batalla, una presa de caza, que
el estático objeto de estudio de cualquier ciencia racional.
Sin embargo, también es verdad que ninguna otra
corriente ideológica ha conseguido crear una serie de clichés tan claros, una especie de
retrato robot, un cierto aire de familia
común a todos los integrantes del movimiento,
a pesar de su irreductible grito de afirmación individual. De forma que quizás
sea la figura del romántico la que ha pasado a la simbología cultural con unos rasgos más definidos: se
habla de un amor romántico, un paisaje romántico, un viaje romántico,
una noche romántica, una moda romántica. Y todos nosotros sabemos, con bastante
exactitud, qué se quiere decir con ello.
Y esto es lo que pretendo ahora: poner en orden estos
datos sueltos que
todos tenemos del Romanticismo e intentar descubrir, a través del disfraz, cuáles eran las auténticas
preocupaciones, intereses y temores que ex plican y justifican las diferentes creaciones
literarias y artísticas del Romanticismo.
Estoy absolutamente seguro de que este buceo en los intereses, temores y sentimientos del
alma del romántico será del agrado de todos esos espíritus fantasmales
de los viejos románticos que, sin duda alguna, y siguiendo su costumbre,
habrán levantado la cabeza para asistir a este homenaje de Víctor Hugo, el modelo indiscutible.
2. EL INDIVIDUALISMO COMO CATEGORIA FUNDAMENTAL
De todas formas, a pesar de esa gran cantidad de
estereotipos que circulan sobre el romántico, es difícil encontrar una
característica que sea unánimemente compartida por los diversos
representantes de un movimiento que abarca múltiples países, con problemáticas
específicas muy diferentes y que se extiende en un espacio de tiempo muy
dilatado. Siempre es posible encontrar actitudes contrapuestas ante la
naturaleza, la sociedad, la vida, la religión o la política dentro del mismo
movimiento romántico.
Por eso se ha insistido, a veces, en su carácter contradictorio.
Quizás, la única característica unánimemente
compartida por todos los románticos y que sirve como principio explicativo,
incluso, de las aparentes contradicciones es la apasionada defensa del
individuo.
2.1. Novedad de este planteamiento.
Desde mi punto de
vista, una de las aportaciones más originales del Romanticismo a la historia cultural
de Occidente es, precisamente, esta defensa del individuo. Hasta ese momento histórico, el hombre
era explicado desde la perspectiva de unas estructuras más amplias que daban sentido a su
vida y acción:
a) En el pensamiento de la Grecia clásica, el tema del
hombre aparece, por primera vez, como tema específico de estudio en la obra de los
sofistas y en los diálogos socráticos. Es la época del esplendor de la Polis. Y como
consecuencia de estos condicionamientos sociopolíticos, la consideración del hombre
como ciudadano.- es la ciudadanía la
fuente de derechos y dignidad del individuo. Sólo en la acción ciudadana el
hombre se constituye como tal, se perfecciona y consigue la felicidad. Este es,
precisamente el significado último de la conocida definición del hombre como
animal político. En este contexto, el no ciudadano desciende en la escala animal hasta el nivel de la bestia o la
herramienta.
b) Suele decirse que el Cristianismo descubre el
valor de la persona al trasladar el punto de mira de la sociedad al
corazón del hombre: el Reino de Dios se realiza en el corazón de cada hombre.
Pero tampoco este nuevo concepto de persona implica una afirmación de la individualidad por una doble razón:
· Porque para el
Cristianismo el hombre se encuentra siempre y necesariamente en una situación familiar,
· Porque la realización
del Reino pasa por el requisito irrenunciable de la conversión personal y, con
ello, el hombre entra en la gran familia de la Iglesia , en la mística comunión de los creyentes.
c) El Renacimiento se nos presenta con frecuencia como una verdadera revolución en la
consideración del hombre. Pero tampoco puede interpretarse como una
afirmación del individuo o, al menos, no en el sentido del individualismo
como lo entendemos aquí. Es cierto que, por primera vez, el hombre parece
encontrar su verdadero puesto en el Cosmos, un Cosmos antropocéntrico y
familiar en el que se siente integrado como en su propia casa. La
naturaleza no es el lugar del destierro humano, sino el ámbito de su realización
como punto culminante de la «scala naturae». El Renacimiento no
descubre al individuo sino a la humanidad, al género humano. Nada más alejado
de la afirmación individual que supone todo individualismo.
Hay que esperar hasta la llegada del Romanticismo
para asistir a la consideración del hombre como ser individual e irrepetible que asume
su propia vida como una auténtica aventura en franca rebeldía y rechazo de la
tradición cultural de Occidente y de los valores que, hasta ahora, eran defendidos como inmutables.
2.2. Características fundamentales del
individualismo romántico.
Al igual que todas las concepciones antropológicas que
han surgido como fruto de una profunda crisis cultural, el Romanticismo (puente entre
un mundo ya absolutamente periclitado y una nueva época vagamente diseñada, fascinante y
amenazadora, al mismo tiempo) elabora su propia concepción del individuo
basándose más en un rechazo de categorías anteriores que en la defensa de
un modelo totalmente definido. Veamos, pues, los principales rechazos de esta nueva
ideología de la rebeldía:
2.2.1
Rechazo de la razón como principio explicativo de la realidad humana. Desde los primeros
momentos en que los griegos emprenden la enorme tarea de
explicar la realidad natural y humana con independencia de los planteamientos
míticos, el pensamiento occidental apuesta por la RAZÓN.
El hombre se
identifica con la razón: el hombre como ser racional. La posesión de la
razón le concede la preeminencia sobre el resto de los seres. Occidente
se hace racionalista. La defensa de la razón tiene como contrapunto el
desprecio de la pasión y del sentimiento, esas fuerzas ciegas que nos recuerdan
nuestra indigna implantación en la animalidad.
Por eso, cuando el Romanticismo quiere elaborar una
nueva visión del hombre radicalmente distinta de la anterior, rechaza, como primera
medida, la razón como nota esencial del hombre reemplazándola por la decidida defensa del SENTIMIENTO, el gran
desterrado.
En las épocas anteriores existe un notable pudor a la hora de manifestar los sentimientos.
La mesura es la regla fundamental de la vida y el arte. La ética y la religión
se habían propuesto como objetivo principal, el dominio de las pasiones:
la acción contra la pasión, la razón contra el sentimiento.
2.2.2. Rechazo de la tradición cultural de Occidente. Plenamente conscientes de que la
defensa de la razón constituye el eje central en torno al que gira toda la
cultura de Occidente, reniegan los románticos de toda esa tradición cultural,
de los cánones racionalistas grecolatinos, de los héroes y los santos que
parecen querer combatir la irracionalidad a golpes de razón, que desprecian el
dolor y el sufrimiento, obsesionados por el ideal inalcanzable de verdad y pureza.
Rechazada esta tradición grecolatina buscan
enraizarse en la tradición germánica: frente al clasicismo heredero de las
pautas estéticas griegas defienden el gótico, arte bárbaro y germánico, frente
a los dioses y héroes olímpicos los románticos pueblan sus bosques,
fuentes y ruinas con los genios y dioses de las mitologías nórdicas.
2.2.3. Rechazo de la primacía de la verdad. Desde el
intelectualismo socrático, asumido por el platonismo e introducido por línea agustiniana
en la corriente
ideológica que ha ido configurando, a lo largo de los siglos, la cosmovisión occidental, se venía
defendiendo que el hombre alcanzaba
la suprema perfección y felicidad en la búsqueda y seguimiento de la VERDAD. En un Cosmos racionalista, el Norte y el
Sol que marca el camino a recorrer tiene que ser el concepto de verdad.
Por ello, cuando los románticos pretenden hacer su propia revolución copérnica, comienzan
por desplazar el centro del Cosmos del concepto de verdad al concepto de BELLEZA. Sólo la
belleza tiene el valor de poner en marcha
la compleja máquina de la acción y la pasión, el sentimiento e,
incluso, la virtud.
2.2.4. Rechazo de lo Académico.
Occidente, que había
hecho del culto a la verdad una verdadera religión, había creado igualmente todos
los componentes del culto: los filósofos y la casta profesora) como
auténticos sacerdotes, la academia como templo, los cánones éticos, estéticos o
lógicos como
auténticos mandamientos de una férrea ortodoxia.
Frente a ello, el Romanticismo proclama y profesa,
con la misma dedicación fanática, una nueva religión alternativa: el culto a la
belleza. En este caso, los sacerdotes son los poetas, que asumen un rango casi
divino, el templo es el gran escenario de la naturaleza y el único mandamiento
que
salvará a los creyentes el amor y el sentimiento (no podremos olvidar que el amor salvó a D. Juan).
Igualmente manifiestan, como un verdadero orgullo, su situación de autodidactas, su
enérgico rechazo de las tradiciones consagradas, de los cánones clásicos, su
defensa de lo pintoresco, lo asimétrico, lo espontáneo frente a la mesura, el orden y la simetría
de la estética clásica.
2.2.5. Rechazo del concepto de naturaleza
humana. En los planteamientos anteriores, la
actuación de los hombres era previsible hasta en los más mínimos detalles
puesto que todos ellos se hallaban irremediablemente hermanados por su misma
naturaleza que, de alguna manera, prefiguraba sus capacidades y su
destino común. Ni los genios, ni los bandidos escapaban a su común destino de hombre.
El Romanticismo, por el contrario, reconoce, como
idea fundamental, la irrepetibilidad de la experiencia humana. Si la razón era un principio
unificador,
el sentimiento es el mayor principio de individuación: el romántico emprende la
aventura de vivir, su destino trágico o su pasión amorosa desde la
infranqueable soledad de su corazón, la terrible soledad del funambulista que
camina por la cuerda suspendida 50 metros del suelo.
De todas formas, esta idea, típicamente romántica, fue ya formulada
por Rousseau y su lúcida formulación influyó decisivamente en las generaciones posteriores:
«Emprendo una obra de la que
no hubo jamás ejemplo y cuya realización no tendrá jamás
imitadores. Quiero mostrar a mis se mejantes a un hombre en toda la verdad de la naturaleza, y ese hombre soy yo. Y, sólo yo.
Comprendo mis sentimientos y conozco a los hombres. No soy como
ninguno de cuantos he visto, y me atrevo a creer que no soy como ninguno de cuantos
existen. Si no soy mejor, al menos soy distinto. Si la naturaleza ha obrado bien o mal en romper el molde en que me
ha vaciado, es algo de lo que no se puede
juzgar hasta después de haberme leído» [1]
3. MANIFESTACIONES
DEL INDIVIDUALISMO ROMÁNTICO
De todas formas, este individualismo romántico se presenta en manifestaciones
tan contrapuestas entre sí, que tal diversidad ha hecho que se generalice la idea del carácter contradictorio del
movimiento romántico. No obstante, quizás no se trate de tales contradicciones,
sino sólo de distintas presentaciones de unas mismas convicciones.
Siguiendo esa vieja deformación didáctica que nos
lleva a simplificaciones esquemáticas que rara vez responden a una
realidad habitualmente muy compleja, hablaremos de tres manifestaciones diferentes [2]:
3.1. El Romanticismo como huída.
Es innegable que una de las constantes ideológicas del Romanticismo que podría ser
tomada, al igual que el individualismo, como categoría fundamental, es el
rechazo del presente, una especie de
malestar visceral que empuja al romántico a la huída. Este vago sentimiento «asumió innumerables formas
y encontró expresión en una serie de
intentos de fuga de los que el volverse al pasado fue sólo el más característico. La fuga a la utopía y a los
cuentos, a lo inconsciente y a lo
fantástico, a lo lúgubre y a lo secreto, a la niñez y a la naturaleza, al
sueño y a la locura, eran meras formas encubiertas y más o menos sublimadas del mismo sentimiento, del mismo anhelo
de irresponsabilidad e impasibilidad» [3].
3.1.1. La huída interior. Para el romántico no existe ningún tema más
apasionante que su propio mundo interior. No existe para él aventura más fascinante que la contemplación y expresión de sus
propios estados anímicos.
Empujado por esta embriaguez narcisista, el autor
romántico pierde aquel tradicional pudor a manifestar los propios sentimientos
o las propias
aflicciones y se deja arrastrar por la declaración o, mejor aún, la declamación de sus íntimas
inquietudes y cuitas. Y quiero insistir en el concepto de declamación, porque en todo
ello hay un marcado carácter teatral.
Quizás en este contexto debe entenderse incluso la misma palabra «romántico», que vendría a equivaler a «novelesco»:
vivir la propia vida como si uno mismo
fuera el protagonista de una novela que se desarrolla ante la mirada
asombrada del mundo y del autor mismo. Esta idea ha sido perfectamente
expresada por Russell P. Sebol, gran especialista en el tema del Romanticismo:
El romántico, al escribir, sea el
que sea el género que cultive, tiende a desdoblarse en dramaturgo, actor y espectador y a imaginarse a sí mismo como realmente
viviendo las febriles emociones indicadas por las ardientes palabras que su pluma
traza. Es decir, que en el romanticismo siempre se
presenta, junto con la emoción, cierta teatralidad de la emoción» [4].
En esta declamación teatral de los propios sentimientos podríamos distinguir, como en una auténtica obra teatral, el
personaje, el escenario, los temas y el desenlace:
«El personaje».
Es un hombre joven, frecuentemente enfermo, que sufre los embites ciegos, rabiosos y
trágicos de una naturaleza o de una divinidad caprichosa, escurridiza y distante, mientras él, en
su inmensa soledad, acepta resignado y tranquilo este destino inevitable.
«El escenario».
El escenario de la tragedia del romántico es la
naturaleza misma. La inmensa soledad del personaje parece verse aumentada, convertida en
una soledad cósmica, donde el poeta se
siente irremediablemente inmerso en un paisaje igualmente solitario: la
noche, los bosques brumosos, la
Luna iluminando tenue y fantasmalmente el cementerio y las
ruinas del castillo.
«Los temas».
Los temas fundamentales giran en torno a esos tres
grandes conceptos casi mágicos que parecen resumir toda la apasionada experiencia personal,
las tres grandes heridas del alma del poeta, de todos los poetas: LA VIDA , EL AMOR Y LA MUERTE.
Quizás en ninguna otra época los tres grandes
conceptos han estado tan unidos, tan íntimamente imbricados. El romántico
canta siempre a un amor imposible, trágico, frecuentemente incestuoso
(para mayor imposibilidad) que tiene más fuerza que las leyes y normas
morales, que tiene más fuerza que la vida, pero que conduce
irremediablemente a la muerte: es el amor de D. Juan que mata y vence a la muerte,
al mismo tiempo.
La muerte es una de las grandes obsesiones del romántico, otra gran categoría que, al igual
que el individualismo, podría servir para interpretar desde ella todo el
Romanticismo. La muerte tiene para el romántico el enorme encanto de toda situación
ambivalente:
·
Por una parte, es la salida, la huída definitiva de
un mundo mezquino e insensible que no comprende ni merece al poeta. Es la vuelta a
los propios asuntos, al regazo caliente y amoroso de la tierra, a la absoluta seguridad del útero materno.
·
Por otra parte, la muerte representa la fuerza
contraria frente a la que se afirma la vida y el individuo mismo. El
romántico lucha desesperadamente contra la muerte en un ansia de
inmortalidad. Es el reflejo literario y cultural de la dialéctica hegeliana del amo y
el esclavo: el señor, que consigue su señorío en su lucha arriesgada contra la
muerte y el esclavo que se pierde a sí mismo por el miedo a arriesgar su vida.
«El desenlace».
Utilizando, una vez más, las palabras de Sebol
podríamos decir que «termine la obra romántica como termine, con la
muerte del héroe o no, la figura máxima de la retórica del desconsolado
sentir romántico es la actitud del suicida, y no el suicidio, como suele
decirse al ser cuestión de los rasgos del Romanticismo; pues aún en esas
historias románticas que de hecho concluyen con el suicidio, lo más romántico
no es el mismo acto de privarse del aliento, sino el imaginarse la
propia muerte como respuesta irrebatible del mal comprendido idealista joven,
noble, ambicioso a un mundo indigno, frío, indiferente».[5]
3.1.2. La huída en el tiempo. «Huída al
pasado».
El pasado áureo, la época de oro en la que los
románticos pretenden refugiarse es la de los siglos medievales, la edad oscura
tan despreciada por los pensadores ilustrados inmediatamente anteriores por considerarla
como
el momento del apogeo de la superstición y del dominio despótico de los poderes
irracionales, la época de la noche de la razón. Todas estas connotaciones, que
pretendían tener un carácter peyorativo, era lo que les parecía a los románticos su mayor atractivo.
«Huída al futuro».
Esta huída hacia otras épocas no sólo es hacia el
pasado sino que, aunque sea menos conocido, también se produce en el
Romanticismo una tendencia hacia el futuro, a la ensoñación y diseño de
sociedades utópicas basadas en los grandes sentimientos de Igualdad, Libertad y
Ayuda Mútua (que será, por otra parte el ideal de los nacientes socialismos
utópicos) y que se diferencian, con toda claridad de las utopías renacentistas,
mucho más
racionalistas.
3.1.3. La huida en el espacio.— La búsqueda de paraísos
perdidos es una constante del Romanticismo, países que aún no hayan sido contaminados por la fiebre
racionalista de Occidente, que mantengan vivas las fuerzas primitivas e
instintivas de la vida. Países en los que los valores supremos, los móviles de
toda la actividad humana giren en torno a esas grandes palabras mágicas de la vida, el amor y la
muerte.
Y, en este sentido, la verdadera tierra de
promisión, los países que más llaman la atención de los románticos son España, los
países musulmanes y los
lejanos países de Oriente.
Quizás no sea demasiado
significativo insistir en que la visión que los románticos tenían
tanto del pasado como de estos países era una visión bastante deformada,
reducida a simples estereotipos generalizadores. Nos veríamos obligados a
entrar en un conjunto de precisiones en torno al concepto de «lo real».
Baste decir, al respecto, que, para los románticos, lo real no es lo que se
presenta directamente a los ojos, sino el trasfondo, la interpretación
apasionada y onírica de la realidad por dpoeta o el pintor: el pintor no es un
fotógrafo sino que pinta el paisaje que le gustaría que existiera, el poeta
no canta la época o el país que existe sino que recrea el país o el momento
como él lo siente o desea. El artista no pretende ser el testigo de su
tiempo, sino la divinidad caprichosa y libre que crea el mundo a su antojo. Y esta
es, desde su perspectiva, la auténtica realidad. No existe, en su opinión,
ciego mayor que el que sólo ve lo que tiene ante los ojos.
3.2. El Romanticismo
como desafío.
A pesar de que la visión estereotipada que hemos
recibido del Romanticismo parece ajustarse hasta en los detalles más mínimos a
lo que he dicho en el apartado anterior, debe afirmarse que el
individualismo no siempre se desarrolló entre suspiros, claros de Luna o harenes moriscos.
Existe una segunda
manifestación de la autoafirmación: el desafío del hombre ante un mundo adverso o una sociedad
de mediocres.
Como en el caso anterior, vamos a distinguir los
componentes fundamentales
de esta nueva escenografía:
«El personaje».
Es el hombre auténtico,
a mitad de camino entre la pureza absoluta y la perversidad, pero que afirma su
propia personalidad: es el héroe, el bandido, el pirata, el D. Juan, el torero, el
general victorioso, el libertador, el héroe popular.
No cabe duda de que el modelo que, de forma más o
menos consciente, tenían los románticos ante los ojos al pensar en el héroe era
Napoleón. Sentían una verdadera fascinación ante aquel hombre, hijo de una
familia pobre y oscura, general a los veinticuatro años, que derrotó a los
mejores generales a golpe de inteligencia, energía y audacia, que conquistó
toda Europa, que emparentó con emperadores y que alcanzó la cima de la gloria, sueño dorado para todos los románticos.
Hay siempre en estos
héroes románticos una fuerte personalidad, una rabiosa afirmación del genio y de la vida,
una rebeldía contra el orden establecido
pero, al mismo tiempo, una exquisita fidelidad al código moral que él mismo crea y se impone. Bastaría
recordar como ejemplo tópico la
estrofa, sin duda alguna, más conocida de toda la literatura castellana:
«Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única
patria, la mar.»
El Escenario.
También en este caso el escenario de las conquistas
del héroe romántico es la naturaleza. Pero se trata ahora de una naturaleza embravecida
con la que el héroe mismo mide sus fuerzas: la tormenta, el volcán, la
naturaleza salvaje y hostil, el fragor de la batalla son algunos de los
escenarios preferidos.
«Los temas».
En este ambiente, la creación artística se concibe,
para algunos, como agresión al lector, como un modo de despertar la
sensibilidad dormida, de hacer partícipe al espectador de esa lucha
cósmica que parece desenvolverse ante sus ojos: lucha entre el bien y el
mal, la pureza y el pecado, la razón y la pasión, Dios y el Diablo, los poderes
terrenos y los poderes infernales.
Este impulso arrebatado intenta manifestarse
plásticamente en la pintura romántica a través de la técnica (la elección
de composiciones con un esquema diagonal o piramidal) y a través de los
temas tratados, temas en los que predomina la representación del
antagonismo de dos fuerzas violentas:
·
Combates de fieras, de hombres y fieras,
·
Caballeros dominando un corcel brioso y encabritado,
·
Temas de cazadores y domadores,
· Guerreros
dispuestos a entrar en combate...[6]
De todas formas, si me viera obligado a elegir algún
ejemplo representativo de esta tendencia eligiría, sin duda, la supuesta anécdota de
Berlioz subiendo al Etna en plena erupción e increpando al volcán o el
maravilloso cuadro de Gericault El naufragio
de la Medusa
(1818) tomado de un hecho real contemporáneo: los supervivientes de un
naufragio apiñados en una balsa a la deriva y que luchan desesperadamente por
sobrevivir aún a costa de comerse unos a otros.
3.3. El compromiso político.
Uno de los aspectos
más discutidos cuando se estudia el Romanticismo es el de su posición
política. Hablando en términos clásicos, si debe ser considerado como un
movimiento de «Izquierdas» o de «Derechas», conservador o revolucionario. Y lo cierto es
que,
planteadas así las cosas, se
convierte en un problema irresoluble, tanto por las diferencias existentes en cada país cuanto porque, aún dentro del
mismo país, el movimiento sufre un
progresivo desplazamiento hacia la derecha o hacia la izquierda. Y a veces, incluso, tal desplazamiento se
produce en la misma trayectoria personal
de un sólo autor (como ocurre con Víctor
Hugo, por ejemplo).
Hauser expone esta idea con una notable
corrección:
«Lo característico del movimiento romántico
no era que representara
una concepción del mundo revolucionaria o antirrevolucionaria, progresista o
reaccionaria, sino el que alcanzara una u otra posición por un camino caprichoso, irracional
y nada dialéctico. Su entusiasmo revolucionario era tan ajeno a la realidad como su conservadurismo, y su exaltación
por la 'Revolución, Fichte y el Wilhelm Meister, de Goethe', tan ingenua y tan lejana de la apreciación de las fuerzas verdaderas que
mueven los acontecimientos de la historia como su frenética devoción por la Iglesia y el trono, la
caballería y el
feudalismo». HAUSER, A., o.c. Tomo 2, págs. 247-248.
No
obstante, quizás fuera posible, a pesar de la diversidad, establecer un punto común de acuerdo compartido por todos. Este
sería, sin duda, su carácter utópico. Aún en el caso de
autores como Víctor Hugo que mantienen una
clara actividad política, sufriendo incluso por ella largos años de
destierro, existe siempre un cierto distanciamiento casi estético ante los problemas: se compadecen los problemas, se intenta
incluso atajarlos, pero sin atacar la causa última que los ha producido.
Quizás no
exista prueba mejor de esta postura que los mismos versos de Víctor Hugo que se han puesto al frente de este
programa y que otorga al poeta la misión utópica de
preparar tiempos mejores:
Le poéte, en des jours
impies,
Vient préparer des
jours meilleurs.
II est I'homme des utopies,
Les pieds ici les yeux ailleurs.
Se canta,
como ocurre en Hugo, los seres marginados, la tragedia interior del último día
de un condenado a muerte (en lo que se ha considerado como uno de los mejores
alegatos contra la pena de muerte) o se ensalza la talla moral de un héroe
innominado de las revoluciones americanas.
Es el
tímido anuncio de que los seres anónimos van a convertirse en protagonistas de
la historia. Pero estos seres anónimos y cotidianos no tienen todavía rostro,
son arquetipos, no personajes. Se ha dicho aquí estos días que Víctor Hugo no
creó ningún personaje. Sólo autorretratos más, o menos camuflados. Estos seres
anónimos y cotidianos están todavía representados con una cierta idealización,
como ocurre con los campesinos que pinta Millet y que nos han visto crecer desde
los calendarios de nuestras cocinas. Unos campesinos que interrumpen su labor
para rezar el Ángelus, rodeados de una luz dorada y que se recortan contra el
cielo en una sensación de monumentalidad, lograda a base del recurso técnico de
colocar la línea del horizonte muy baja. Sin duda alguna, siguen siendo unos
campesinos vistos por los ojos del señor.
Y es que, a
pesar de su vena populista, a pesar de las crueles caricaturas que Daumier
hace de la burguesía, más incendiarias que el más radical de los panfletos, a
pesar de todo, el Romanticismo es una ideología típicamente burguesa: rompió
con la estética cortesana y aristocrática y rompió con los patrocinios de la Iglesia y de la Corte para convertirse en
una confesión a gritos, en la herida abierta del individuo que canta la
aventura libre y laica de su propia existencia. Y esto no es otra cosa que la
esencia última y más matizada del espíritu burgués.
[1] ROUSSEAU, J.J. Las confesiones del paseante solitario, EDA1--,
Madrid, 1980, libro primero, pág. 27.
[2] Para estas manifestaciones me ha servido como
trasfondo el riguroso estudio de
PAULETTE GABAUDAN, El Romanticismo en Francia (1800-1850). Ediciones
Universidad de Salamanca, 1979.
[3] HAUSER, A. Historia social de la literatura
y el arte, Guadarrama, Madrid,
1974, Tomo 2, pág. 360.
Querido Francisco:
ResponderEliminarLo leo desde México. Quisiera, primero, agradecerle por su invaluable aportación en este medio de comunicación que por lo general funciona como instrumento de dominación masiva, que a diario nos bombardea con los desechos (y deshechos) de una cultura que, como la Ilustración vista por Horkheimer y Adorno, se traiciona a sí misma por ser autodestructiva.
En segundo lugar, me gustaría que rebatiera esta idea que me ronda la cabeza, para conocer sus límites y no casarme con ella: quizá pueda verse, en el canto a la individualidad del Romanticismo, no tanto una manifestación burguesa como una forma de inconformismo crítico que nace del tropezón entre la realidad de una industrialización implacable proveniente de un capitalismo voraz (siglos XVIII y XIX, especialmente en Inglaterra), y por tanto ideológicamente orientado a lo libertario, si bien es cierto que, como usted dice, no supera su carácter utópico ni ataca la causa última del problema social y político (pero, ¿sólo por ser utópico no tendría contenido ideológico crítico?). ¿Qué tan viable le parece, Francisco, esta idea?
Excelente
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