jueves, 21 de noviembre de 2019

El viaje




Fue una sensación apremiante.  Como una llamada.  Como una necesidad fisiológica nacida en lo más profundo de la entraña.  El deseo vehemente de escapar, de huir de aquella vida axfisiante y carente de sentido.

¡Qué lejos quedaban ya las choperas del río en los veranos de la infancia! ¡Qué lejos las tardes de cine (los jueves por la tarde)!; las viejas tabernas, los húmedos mesones de los tiempos de estudiante; los amores, los desdenes; las tardes cuarteleras, las novelas del Oeste; los bailes agarrados, anhelantes, sudorosos; las noches de rabia y vino, los amigos, la ensalada de "El Benito".

Todo lo había ido cubriendo, con su manto de lodo y de silencio, la espesa monotonía y la lenta e insaciable maquinaria de los trabajos y los días.

Por eso, ya te digo, por el puro distanciarse de sí mismo, tomó una noche de febrero el tren que atravesaba la llanura, resoplando como un toro enfurecido, con el deseo de cruzar, de madrugada, las lejanas fronteras del olvido.

Y en el largo viaje sin retorno fueron pasando ante sus ojos, a la inversa, los recuerdos y los años ya vividos:  las meriendas de "El Benito"; las noches de rabia y vino, los amigos; los bailes sudorosos y encendidos; las tardes cuarteleras, las novelas del Oeste y las choperas del río.

Y al final de este penoso recorrido, sólo quedó, como ocurre en el delirio, ocupando su sitio en el furgón, un niño tembloroso, indefenso y aturdido que vislumbra vagamente que han de pasarle algún día por encima, no tardando, las choperas del río en los veranos venideros, las mil tardes de jueves en el cine, las frías posadas de estudiantre en algún sitio, las guardias cuarteleras, las noches de rabia y vino...

Y el deseo irrefrenable de huir lejos de todo una noche de febrero, cuando se hagan espesos los recuerdos, en un tren atestado de viajeros igualmente indefensos y aturdidos.

domingo, 17 de noviembre de 2019

Pensar y actuar en tiempos de desconcierto







(texto preparado para una mesa redonda del "Otoño Sindical", organizado por la Fundación Jesús Pereda.  Segovia, 28 de Octubre)


PENSAR Y ACTUAR EN TIEMPOS DE DESCONCIERTO

Francisco Flecha Andrés

A veces, me invitan a participar en algún debate con la pretensión de que diga “qué dice la filosofía sobre esto o sobre aquello”. Hoy, estoy aquí para hablar sobre que dice la filosofía sobre el desorden de hoy en  la vida real.

Y me siento tentado a contestar: “Nada, no dice nada.  Es más, no os engañéis no existe “LA Filosofía”.   En todo caso, existen los filósofos.  Y cada uno es hijo de su padre y de su madre. Y, si me apuran, a lo más que puedo llegar es a reconocer dos tipos de filósofos:

·         Los que, desde algún territorio conquistado, desde algún tipo de “arje” inconmovible, neutral, riguroso y supuestamente racional comunican conclusiones, elaboran un tejido exquisito, omnicomprensivo ejerciendo un magisterio con vocación de universalidad puesto que, según dicen, se basa en supuestos valores y principios supremos y universales.
o   No me extraña que el poder, que nunca ha sido tonto, termine apadrinando y trayendo a su terreno posiciones tan golosas bajo las que encubrir intereses mucho menos neutrales y confesables.

·         Y aquellos otros que van por este mundo, con la mirada escrutadora del niño, del viajero recién llegado a un territorio a descubrir (que no a conquistar), compartiendo inquietudes, haciendo preguntas, huyendo de seguridades y conclusiones apresuradas, falsas, interesadas, en diálogo con otros igualmente inquietos, desorientados, empeñados en la tarea cotidiana de vivir con cierta dignidad (y asumiendo, incluso, las propias contradicciones).
o   O sea, a los ojos del poder, perroflautas, extravagantes inadaptados e inmaduros a los que es fácil atraer al redil con un carguín.

Ambos tipos han coexistido siempre. Aunque en tiempos de euforia y entusiasmo, de verdades redondas como cantos suelen abundar los del primer tipo, mientras que, en tiempos de duda, perplejidad o desengaño, de verdades sospechosas o intragables, son más abundantes o interesa más lo que piensan los segundos.
Ha habido pues (y de ahí partimos) épocas de euforia y entusiasmo y épocas de duda y desengaño
.
Las épocas de euforia y entusiasmo parecen estar sustentadas por grandes relatos.
·         Que giran en torno a ideas y valores supremos
o   Que se presentan como indiscutibles, como evidentes y neutrales (y que pueden ser: la voluntad revelada de los dioses, la razón, la virtud, el honor, etc.)
o   Que ofrecen un futuro de plenitud, felicidad, pureza (Algún paraíso, al fin).
·         Relatos que prometen un futuro de plenitud, de felicidad, de justicia y de pureza
·         Relatos que son defendidos por gente supuestamente desinteresada y neutral (filósofos, sacerdotes, maestros) revestidos de autoridad y actuando en procesos muy ritualizados y que se imparten en recintos sagrados (el templo, la cátedra, el palacio de justicia, el salón del trono, el parlamento…)
·         Relatos presentados en forma de sistemas omnicomprensivos que conllevan formas de actuación adecuadas y comportan un pensamiento y una moralidad únicos.

·         Y estos valores supremos, curiosamente, parecen estar encarnados en quien detenta el poder que, desde esa posición, parece tener la misión de cuidar de la ortodoxia (controlar, bendecir, excluir, premiar o castigar).
o   Aunque, muchas veces, esta ingrata labor de vigilar y castigar se delega en un cierto “peonaje de inculcación” (la familia, la escuela)

Como puede comprenderse, bajo esta etiqueta genérica de “épocas de euforia y entusiasmo” caben (y hemos vivido y sufrido, con frecuencia) formulaciones y realizaciones más o menos odiosas o más o menos aceptables.

Cabe, incluso, aquel sueño ilustrado de la Modernidad, sueño laico de progreso, paz perpetua y libertad construido gozosamente por ciudadanos que se creían racionales, libres, iguales, críticos y autónomos.

Hermoso sueño en que creímos hasta que perdimos la inocencia.

Y mira que nos lo habían advertido los viejos y queridos “maestros de la sospecha” (Marx, Freud y Nietzsche) cuando decían (a su modo, es verdad) que bajo la capa, pretendidamente neutral, de la Razón se enmascaraba una falsa conciencia, que lo que llamamos “racionalidad” no hace otra cosa que enmascarar intereses económicos, la represión del inconsciente, o una moralidad del resentimiento para débiles ovejas de un rebaño amodorrado.
Y la sospecha prendió en todos aquellos que, por entonces, ya no eran  (ya no éramos) tan jóvenes, tan creyentes y confiados y se convirtió en crisis verdadera al advertir que la promesa de progreso indefinido, de armonía, de racionalidad había naufragado totalmente en un mundo de lucha de intereses, de exclusión, de violencia, de tiranías dominantes…

Y la pregunta surgía, inevitable: ¿Cómo es posible que después de la esperanza excepcional creada por la Ilustración, que nos había permitido construir y confiar en el gran relato de la Razón humana como la forma suprema de emancipación, de fundamentación, por fin, de una moralidad laica y ciudadana,…cómo es posible que hayamos llegado a formas tan extremas de barbarie como el horror que sacudió Europa en los años 40, por ejemplo… o en los horrores sucesivos que, con frecuencia se han ido convirtiendo en cotidianos?
¿Cómo es posible confiar en la razón, después de Auschwitz?

“Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, dijo Adorno[1]

Y lo explicaban Adorno y Horkheimer:  La diosa Razón tiene los pies de barro. La sociedad burguesa, en defensa de sus propios y exclusivos intereses ha secuestrado la razón, instrumentalizándola como forma de dominio.  El holocausto no fue un acto irracional: no se puede exterminar a 6 millones de personas sin un esquema racionalizador que convierta al asesino en ejemplar funcionario de un orden superior.
El sueño de la razón produce monstruos… y la razón instrumental, más todavía.

Y, por este camino de la desconfianza y la sospecha, a fuerza de ver la enorme distancia entre las verdades proclamadas y las miserias de la gente que decía defenderlas hemos ido cayendo en el desencanto, en esta nueva

Época de duda y desengaño. Época de negación y sospecha ante los grandes relatos. Conscientes de que detrás de las grandes palabras parece agazaparse siempre el poder y los intereses de dominio de una minoría privilegiada y dominante. Ni la razón ni eso que llamamos “los valores”, o los “derechos humanos” o la “naturaleza humana” parecen ser algo tan neutral, objetivo o universal como hemos pretendido.

Solo queda el recurso a los pequeños relatos, dijeron aquellos que anunciaban el final de una época y la entrada en la supuesta posmodernidad.

Una época caracterizada por
·        La defensa de lo individual (con sus propios intereses, deseos inclinaciones, etc.)
·        La defensa de lo diferente (vinculándose, en todo caso, con “lo parecido” (como refleja el auge de las “asociaciones” por encima de los partidos o los sindicatos) y que supone, al mismo tiempo algo tan contradictorio con esta defensa de lo diferente como puede ser el rechazo de “lo distinto” (xenofobia, racismo).
o   Nos relacionamos con los iguales en una especie de cámara de eco que conduce necesariamente al narcisismo; en una especie de ghetto virtual de “seguidores”, bloqueando cualquier crítica o pensamiento divergente.

·        Una época caracterizada por el disfrute apasionado del presente (entre un pasado oscuro que olvidar y un futuro incierto y amenazante), el hedonismo, la desmovilización, el relativismo
o   Épocas de falsa tolerancia, que entiende por tal esa cosa odiosa, a mi entender del “no, si yo respeto tu opinión” que me saca de quicio.  Que no, en todo caso, reconozco tu derecho a opinar, pero hay opiniones absolutamente asquerosas a las que me opondré hasta la muerte.

·        En fin, trescientas mil características con las que se han querido reflejar las incertidumbres del presente.

Aunque, no suele hablarse, la verdad de una categoría que, a mí, personalmente, me parece transcendental y, desde luego, muy apropiada para el debate en un marco como este:

·         Hasta ahora, en la cultura occidental, cuando se ha querido hacer referencia a la característica más definitoria del ser humano se ha apelado a su capacidad productiva.  El hombre es, esencialmente homo faber.  Las primeras pruebas de la hominización se han extraído de análisis de las producciones de aquellos primeros homínidos.
o   El trabajo creó la verdadera comunidad humana.
Unidos por las mismas necesidades idearon soluciones colectivas y relaciones permanentes (solidaridad, compromiso, actitud combativa, etc.
o   Y siguiendo la metodología marxista podemos hacer una historia de la humanidad analizando los modos de producción dominantes en cada época, en cada sociedad.

·         Sin embargo, en la situación actual el individuo no es tanto el que produce, ES EL PRODUCTO.
o   Nuestra actividad principal, nuestra principal preocupación es la de colocarnos en el mercado con éxito.
§  Y el éxito no depende tanto de la formación, o de la capacitación como del marketing.
·         No es cuestión de convencer, sino de seducir.
§  Para ello, debemos exhibirnos como algo apetecible.
·         De ahí el culto al cuerpo, la importancia de la imagen.
§  Eligiendo escaparates de gran audiencia (Mass Media, Redes Sociales)
·         Donde la realidad (nosotros mismos) nos hemos convertido en simulacro, escenarios y actores de un “reality”
·         Donde valemos tanto como gustamos a otros (¡dame un like!, ¡suscríbete!)
·         Y donde nos presentamos no como somos, sino con nuestra imagen de marca.
·         Donde el otro ya no es mi compañero, sino mi competidor o un producto a consumir.

·         Y todo esto produce un enorme vértigo, un terrible desasosiego:
o   Como el resto de los productos del mercado también nosotros tenemos fecha de caducidad: estamos en peligro inminente de dejar de ser apetecibles, de ser sustituidos por ofertas o novedades.
§  Los productores son necesarios, los productos, contingentes (Por parodiar la frase genial de “Amanece, que no es poco”)
o   Como ocurre en la sociedad capitalista, volcada en la producción de objetos de consumo, no de objetos necesarios, cada vez más, muchos de nosotros somos excedentes, deshechos humanos, material de mercadillo.

No me extraña que, a poco que se piense, nos invada el desengaño.

Pues menudo panorama.

Si no podemos volver, por engañosos, a los grandes relatos y, por otra parte, estos pequeños relatos posmodernos nos han llevado a semejante desengaño ¿qué salida nos queda?

Si, como dice Harari, el mono pelón que somos todavía ha conseguido sobrevivir no por sus pobres dotaciones biológicas sino por el hecho de haber sido capaz de crear y compartir un relato capaz de vincular a grandes grupos de congéneres desconocidos y dispersos en el espacio y en el tiempo,

·         ¿no podríamos elaborar un relato no engañoso, capaz de ilusionarnos y hacer posible una convivencia justa, pacífica y tolerante en el seno de sociedades multiculturales, multiétnicas y con diversidad de opciones políticas, religiosas o sexuales.

Pues, tal vez, sí.  Aunque, según creo, atendiendo a unos ciertos requisitos:

·         Frente a la tendencia, cada vez más tentadora, de replegarse a la privacidad, de asomarse al mundo solamente a través de monitores y de relacionarse con otros semejantes por las redes, bloqueando cualquier opinión incómoda o distinta, consumiendo la actualidad como espectáculo habría, tal vez que defender:
o   Que frente a los grandes relatos engañosos no sirve de nada la opción de pasar de todo.  La huida no es salvación, sino derrota.
o   Que la verdadera alternativa, según creo, sería proclamar en letras gordas:

“Nada hay fijo, eterno, inmutable.  Todo es (y debe ser) objeto permanente de discusión, de acuerdo, de negociación y de debate, sin posiciones dominantes, entre iguales”

Y diría (como dijeron hace años algunos compañeros)
·         Volvamos a las plazas, a cuerpo limpio, a ese espacio dedicado desde siempre a asambleas y mercados, a las fiestas de paisanos que disfrutan como iguales.
o   A ese espacio vacío y público
§  No ocupado por templos o por tronos, por dioses o por reyes, por amos o por siervos.
§  Visitado por cualquiera que mantiene íntegra la capacidad de dialogar, discutir, argumentar y hasta tratar de engañar si se me apura.

·         Y que, de esta discusión sin censuras, se extraigan los consensos y acuerdos que puedan plasmarse en leyes y normas firmes, pero siempre revisables.

Pero, bueno, para que esto no parezca (del todo) una ingenua propuesta retórica e ineficaz, concretaría diciendo que

·         Entre los discursos redondos y los debates delegados, en espacios sacralizados y por gente elegida y consagrada de los que ya parecemos estar suficientemente vacunados
¡Ay!, cuando los movimientos se articulan (exclusivamente) en partidos con todo su aparato que excluye disidencias y corrientes…
·         Y la desmovilización desencantada que parece llevar a una disolución de cualquier vínculo social de compromiso y armonía
·         Hay un camino intermedio que merece ser explorado: el debate continuo y permanente, libre e igualitario sobre todo aquello que realmente parece interesarnos.


Y como siempre que se tiene la conciencia de estar viviendo en una crisis de principios y valores se recurre a la escuela y los maestros, como bálsamo (despreciados en tiempos de progreso, pero a quienes se les encomienda, en exclusiva, la responsabilidad de atajar aquellos males colectivos que la escuela no ha provocado, sino que sufre, la primera.

Y así surgió, si recordáis, esa cosa de “Educación en valores”, como una especie de rearme moral, capaz de iluminarnos de nuevo en un proyecto de convivencia tolerante
·         Pero ¿qué valores pueden interesarnos hasta el punto de no parecer imposiciones externas de alguien a quien tales valores favorezcan en sus propios intereses?
·         ¿Por qué tengo yo que ser tolerante, solidario, respetuoso, comprensivo y todas esas cosas que siempre parecen ser dirigidas como una ofrenda a gente que no conozco y ni siquiera me interesa (cuando no son feroces competidores)?

Y, como Descartes al abrigo de la estufa, me parece que, también aquí, habría que cambiar de perspectiva:
“Olvidémonos de los valores (que, en todo caso será una conclusión final, pero no un punto de partida), y partamos de aquellas necesidades elementales que todos compartimos y, para más unanimidad, formulémoslas como deseos:

Necesidades básicas, ya os digo, por ejemplo:
·         Quiero vivir bien, con una vida sana, digna, desahogada y feliz.
·         Quiero que alguien me quiera y tener alguien a quien querer.
·         Quiero saber (y decidir) las reglas de este juego.  Que se espera de mí y que tengo derecho yo esperar
·         Y después de todo esto, quiero que me dejen en paz.  Quiero tener la posibilidad de elegir mi forma de vida y ser respetado.

Cosas sencillas, ya se ve, pero que pueden servir para un debate general de casi todo, siempre que se analicen las causas objetivas que impiden que todo ello sea posible, ya que, con frecuencia, el más peligroso de los grandes relatos ha sido aquel que parecía decirnos:
“vivimos en un mundo libre y de grandes posibilidades, donde con un poco de esfuerzo podrás llegar adonde quieras…  y si no lo consigues

¡Tuya es la culpa, gilipollas!

Esta ha sido (y sigue siendo) la gran astucia del sistema:  hacernos cambiar de perspectiva:
De una sociedad vivenciada como injusta, a una sociedad vivenciada como neurótica

En la vivencia de la injusticia las causas de mis males eran algo exterior, localizable, objetivo:
·         Cuando trabajaba en la fábrica de mantecadas “Viuda de don Germán e hijos” mis problemas tenían mucho que ver con la viuda de don Germán e hijos.

En la vivencia de la neurosis, la causa de mis males está dentro de mí y, en muchos casos es subjetiva e imaginaria.

La injusticia moviliza, la neurosis nos encierra en nosotros mismos e impide cualquier movilización.

En ambos casos, la solución está en luchar, personal y colectivamente contra las causas REALES de la injusticia

La neurotización (la interiorización de la culpa) es la forma más sibilina (y eficaz, al parecer) de dominio y sumisión.

Y si esto es así, no nos queda más remedio que atender, ahora todavía, a la llamada de Celaya, cuando entonces:

“A la calle que ya es hora
 de pasearnos a cuerpo
 y mostrar que, pues vivimos,
(Aunque viejos)
 anunciamos algo nuevo”



[1] A no ser que uno sea Mestre (diría yo) y utilice la poesía como caja de herramientas para hacer visible lo invisible y devolver la dignidad, la voz y la palabra a los que yacen sepultados en cunetas olvidadas.

martes, 2 de mayo de 2017

Renovación pedagógica o compromiso social en tiempos de silencio y ruido



Texto leído en la presentación del curso sobre los Movimientos de Renovación Pedagógica (CGT/ ULE

Renovación pedagógica o compromiso social en tiempos de silencio y ruido
Francisco Flecha Andrés

Cuando a Chita le cayó el marrón de tener que encargarse de la educación de Tarzán, aquel mono tan pelón que daba grima, lo que le llamó poderosamente la atención no fue su torpeza o los pocos recursos de los que disponía para sobrevivir en la jungla, la inmensa jungla, abandonado a su suerte.
No.  Lo que le llamó poderosamente la atención en Tarzán, el mono pelón y fabulador fue su necesidad de “contar”.  El resto de los monos de la manada disfrutaban “haciendo cosas”; pero Tarzán solo parecía feliz contándolas.
Incluso observó que su narración no pretendía ser una fiel reproducción de los hechos, sino una “recreación”.  Al narrar los hechos se recreaba a sí mismo, se hacía, se convertía en personaje, en protagonista.  Lo que había pasado era siempre “su obra” y su obra era él.  Él se convertía en el resultado de la fabulación de aquello que decía haber vivido.
Por eso, siempre resulta extremadamente peligroso pedirle a un mono fabulador que te cuente, un suponer, “los orígenes de los movimientos de renovación pedagógica en León”.
Ya lo digo.  Todo mono pelón pretende ser un fundador.  Si te descuidas un poco, los cinco millones de votantes de Podemos estuvieron acampados el 15 M en la Puerta del Sol en Madrid.
Y hay cosas que, por grande que sea la vanidad, son casi imposibles de apropiar.
Si vas a ver, un movimiento se parece mucho a un río.  Te decían en la escuela (y lo aprendimos) “El Ebro nace en Fontibre, cerca de Reinosa, provincia de Santander”.  El tío Pedro me llevó hasta allí y yo lo vi: un pequeño regato, casi nada, una virgen del Pilar y el orgullo patrimonial de la gente del lugar.
Pero, asomado al Puente de Piedra, en Zaragoza, te das cuenta de que son muchos lo regatos que llegan hasta aquí.  Que hay otros que se quedaron regando otros praos por el camino, perdidos en torrenteras o evaporados en días de bochorno.
Pero, de todos es el río.  Que el río no es de nadie y es de todos: del que va de excursión a sus orillas una tarde de domingo, del pescador, del que se baña, bebe de sus aguas o las aprovecha en la presa del molino…
Todos sienten, con derecho, que es su río.
Convencido de estas cosas, lo más que puedo deciros es que yo, con otros cuantos compañeros que aún recuerdo, estuvimos nadando, hace ya mucho, cuando aún era de noche y hacía frío, en un regato en el que alguna de aquellas aguas ha continuado por el cauce de este río.
Estos días, aquí, en este curso, irán pasando viejos bañistas, esforzados nadadores de hoy en día que nos contarán, seguramente, su experiencia parcial en este río. Aunque, también es verdad que es parcial para el río. Pero fundamental para cada uno.  Pues que, en muchos casos, más que un baño se ha tratado de un bautismo.
Solo entendido así, como os digo, podría contaros lo que recuerdo de aquello que fue, para mí, el primer baño y el bautismo. Con un punto de fabulación, naturalmente, ya os lo advierto.  Que uno, al fin, no es más que un mono fabulador donde los haya.

Fabulación de un bañista que se soñaba en un río en tiempos de silencio y ruido


El bañista de quien hablo entró en el uso (limitado) de razón allá por la mitad de los  sesenta.  Antes, la verdad, era una pura obediencia a las voces que dictaban normas desde fuera.  Y, sin embargo, pretendía dedicarse a enseñar.
Y fue cosa del destino que se encontrase con gente, con afanes parecidos, pero que tenían la inquietante sensación de estar hablando “en nombre de un ausente”,  a quien tenían que representar frente a la gente, defendiendo la finca e intereses de alguien que no podía verse, pero que era el patrón y el resto, puro peonaje.
Era un sentimiento compartido por algunos curas, maestros, militantes políticos o grupos de cristianos de aquello que comenzaba a llamarse los movimientos especializados de Acción Católica (Juventudes Obreras, Estudiantes, Rurales…):
·         Quizás el sentimiento de que aquello que se presentaba como “valores” no era otra cosa que una forma de encubrimiento tramposo de los intereses de las clases, grupos o ideologías dominantes.
·         Quizás, el sentimiento de que la idealización  y defensa de “la cultura” que se hacía desde los poderes, no era otra cosa que la forma más sutil de alienación, puesto que llevaba al desclasamiento, al desprecio de los orígenes y a un individualismo feroz con la promesa de un ascenso social que solo se conseguía (si se llegaba) a costa de un vaciamiento de lo propio y de una notable desvinculación social y que que llevaba, en caso de tracaso (el éxito siempre ha sido para pocos) a la interiorización neurótica de la culpa y a la absoluta soledad del perdedor.
Ayudaron, tal vez, aquellas ideas que decían que lo que, pomposamente se llamaba “cultura humana” no era otra cosa que “cultura de clase” y que frente a la “cultura burguesa” podría y debería defenderse una “cultura popular” que:
·         Parta de las necesidades propias y colectivas
·         Que entienda como cultura la solución que un grupo (el nuestro) ha dado a los problemas del medio.
·         Que  reconozca quiénes somos y las causas de nuestros problemas.
·         Que sea capaz de analizar con otros grupos distintos las causas de sus problemas y su similitud con los nuestros.
·         Que elabore proyectos de acción común para hacer frente, solidariamente, a tales problemas.
En tiempos en que las cosas más importantes las decían los poetas, todo parecía estar resumido en aquellos versos que decían:
O todo, o nada;
O todos, o ninguno.
Solo, nadie se salvará.

En este ambiente, y en aquel regato que os digo, fue surgiendo una especie de estilo de vida que aglutinó a un pequeño grupo de curas y maestros, unidos por unos convencimientos (aunque no estuvieran claramente formulados) que podrían resumirse en:
·         La negación a ser considerados como unos “profesionales” con intereses, problemas o inquietudes diferentes a los del resto de los vecinos.
·         Deseo de estar integrado en el pueblo como uno más, compartiendo, lo más posible, el modo de vida de los demás.
·         El convencimiento de que el compromiso con la gente no acaba en el puro ejercicio profesional y que su papel no es representar a “la autoridad”, sino  defender a los vecinos frente a los atropellos de cualquier autoridad.
Era un proyecto, como se ve, simple y riguroso.  Alguien, por entonces (anónimo, por supuesto, pero bañista en el regato) lo recogió, como un manifiesto, en unos versos que llegó a cantar Luis Pastor, el cantautor vallecano, cuando podía y le dejaban:

Somos de la extraña raza
De la gente que trabaja
Tenemos las manos llenas
De preguntas sin respuesta.
Somos la carne de presa
De las doscientas doctrinas
Que solo tienen respuestas.

Si no trabajas la tierra
¿qué sabes de las cosechas?

Si no vives a mi lado
No me importan tus ideas,
Que somos de esa
Extraña raza
Que, cuando juntos
Preguntan,
Van hallando
Las respuestas.

Y, aunque parezca mentira, acostumbrados, tal vez, a pensar que estas cosas ocurren en las ciudades y apenas llegan a los pueblos, el regato de que os hablo surgió en un pueblo de secano, en medio de una alta paramera.
Quizás por el hecho de ser y de sentirse una mayoría despreciada y silenciosa, que parecía llamada a abandonar tierras, costumbres y pasado para instalarse en la ciudad.
Surgieron así, en este medio, tres grupos que pretendían reflexionar CONJUNTAMENTE sobre todas estas cosas
·         Un grupo de curas
·         Un grupo de maestros
·         Un grupo de jóvenes agricultures, que utilizaban el cobijo (¿o coartada?) de una organización católica.
La idea general era englobarse en un proyecto común, al que, a veces, llamaban “promoción del pueblo” (¿Quién iba a sospechar de semejante nombre en épocas de “planes de promoción y desarrollo?.  Del mismo modo en que ¿Quién iba a sospechar, en la ciudad, de algo que se llamase “Club Cultural de Amigos de la Naturaleza”?).
Los instrumentos de reflexión y coordinación se concretaban en:
·         Los encuentros mensuales.
·         La publicación de algunas revistillas (¡benditas imprentillas de gelatina y cola de pescado y el enorme avance tecnologico de las multicopistas!)
·         Los viajes de verano
El sentido de estos viajes era ponerse en contacto y conocer las experiencias y trabajos de otra gente en otras tierras (se recorrieron así algunas comarcas de Cataluña, Asturias o el País Vasco).
Todo ello tenía, a los ojos de quienes lo vivieron, algunos valores importantes:
·         El pensar en común.
·         El saber que en otra parte otra gente piensa, actúa y vive según este pensamiento común y con quienes puede contarse.
·         La conciencia compartida de que cada uno tenía, en otro sitio, una casa abierta y acogedora.
Aquellas ideas y proyectos parecían necesitar nuevos cauces de acción y de influencia.  Destacaría tres, que fueron importantes en el regato en que nadaba:
·         El aprovechamiento de los TeleClubs
o   Lugar de encuentro y reunión (civil y bastante libre de censura)
o   Posibilidad de editar y difundir escritos y organizar bibliotecas.
o   Organización de charlas, conferencias o talleres.
o   Papel sensibilizador del teatro.
·         Los colegios Familiares-Rurales
o   Educación para el “enclasamiento”
§  No para el ascenso social, sino para el compromiso y  eficacia en lo propio
§  Atención a la experiencia y los problemas de la explotación agrícola familiar.
§  La escuela como casa/la casa como escuela.  Alternancia.
§  Ausencia de titulaciones, certificados o diplomas.
o   Metodología constructiva:
§  El texto del alumno como base
§  La reflexión comunitaria
§  La búsqueda de soluciones y su experimentación práctica.
·         Los grupos de vida de estilo comunal:
o   El grupo de Zotes del Páramo.

En este periodo, sirvió como alimento ideológico lo editado por la Editorial ZYX (editorial ligada a los grupos de la HOAC).  Editorial que
§  En lo Cultural defendía la idea de Cultura popular
§  En lo Educativo, la Escuela Libertaria, la Pedagogía de la Liberación y lod movimientos cooperativos
§  En lo económico. Divulgaba las ideas de un Socialismo autogestionario.
§  En lo político bebía de:
o   La tradición del Anarco Sindicalismo Español
o   Del Marxismo humanista de tradición francesa
o   Del Personalismo de Mounier.
De esta conexión con la HOAC  se amplió el grupo y la relación con algunos movimientos urbanos (jóvenes obreros y estudiantes,  acogidos a  territorios “tolerados” (grupos parroquiales o “los luises”)
En este ambiente, con tales preocupaciones e influencias mutuas, no parece raro que cuando el grupo de maestros se encontró con el método de Freinet creyó haber hallado un instrumento para avanzar en aquellas preocupaciones e intereses que habían entrevisto y aplicado.
Y, allá por 1970 se realizó en estos pagos una primera semana sobre el Método Freinet con asistencia  de gente de muchos de estos grupos.  Se escribieron “textos libres” en los que los autores manifestaban su deseo, esperanza y compromiso para que el texto pudiera llegar a ser, algún día, auténticamente libre.
A partir de aquellos tiempos, allá por el 72, cuando ya se empezaban a ver luces a lo lejos, cada uno, empujado por la vida, el entusiasmo o las heridas, fue buscando su sitio o su acomodo.  Fueron cambiando las caras y los nombres. Siguieron algunos nadadores y aumentaron el grupo  (sobre todo, los maestros) que se unieron a otros grupos y a otras fuentes y sacaron adelante el MCEP y las primeras luchas sindicales.
Otros, todos ellos, cualquiera que haya sido su destino, son parte de este río.
Y ya, para acabar, y porque no haya confusiones: aquellos bañistas, cuando entonces, no tenían conciencia (ni querían) renovar la pedagogía.  Que no pretendían, que yo sepa, encontrar métodos didácticos para transformar la escuela, sino encontarse a sí mismos, junto a otros, renovarse y renovar la sociedad de modo que el trabajo, la escuela, la familia y todo lo demás hagan posible y realicen un mundo más justo, más libre y más feliz.

Que es gracia que para todos como para mi deseo.
En León a tantos de tantos, firma y sello.